PONENCIA: LIBÉRATE A TI MISMO. (Un proceso de aprendizaje)

Nuestro querido y admirado maestro, Edward Bach, nos habla de la libertad como el medio por el que la persona puede expresar su verdadera y profunda naturaleza, aquella que no es otra cosa que la expresión del alma, de sus mandatos para esta vida, de su misión en esta existencia. Y dicha misión se expresa a través de la información que el alma irradia en forma de vocación, talentos, impulsos e intuiciones que, naciendo desde lo más profundo, son sentidas como pulsiones, como certezas interiores que impulsan a vivir de unas maneras concretas y no de otras. De este modo, quien utilizando la libertad como medio sigue esos “dictados del alma”, vive la expresión de su Ser Interior, lo que, en gran medida, implica estados emocionales, mentales y físicos de especial conexión con uno mismo y con la propia naturaleza.

Según lo expuesto, Bach afirma:

“Cada uno de nosotros tiene una misión divina en este mundo, y nuestras almas utilizan nuestro espíritu y nuestro cuerpo como instrumentos para poder llevar a cabo este objetivo, de tal manera que cuando estos tres aspectos funcionan en mutua armonía, la consecuencia es entonces la salud total y la felicidad absoluta.” (Edward Bach, Libérate a ti mismo, capítulo 2)

Y más adelante, en el capítulo 4, continúa:

“La enfermedad es la consecuencia de la resistencia de la personalidad frente al liderazgo del alma que se manifiesta corporalmente. La enfermedad se manifiesta cuando hacemos oídos sordos a la voz suave y delicada y olvidamos la divinidad que hay en nosotros, o cuando intentamos imponer a otros nuestros deseos o permitimos que sus propuestas, ideas y órdenes nos influyan.”

De esta manera, en los textos de Bach se establece una relación muy clara entre la libertad para Ser y la salud y entre la falta de libertad para Ser y la enfermedad. Pero, ¿hasta qué punto es esto totalmente cierto?, ¿hay una relación de causa-efecto tan directa e ineludible?, ¿siempre que se vive una enfermedad es consecuencia de no expresar lo que el Ser Interior o alma es? En este sentido Edward Bach consideraba a la enfermedad una especie de termómetro para saber en qué medida la persona escuchaba a su alma y actuaba según sus dictados.

La experiencia como terapeuta emocional me dice que el pensamiento de Bach era y es acertado en muchas ocasiones. No puedo afirmar que lo sea en todas y cada una de las pérdidas de salud de quienes acuden a mi consulta pero sí tengo la firme convicción y certeza de que una cantidad relevante de enfermedades son, en realidad, manifestaciones de la incoherencia entre lo que la persona es interiormente y aquello que vive externamente. Concretando más, la mayoría de las y los pacientes que llegan a mi consulta con merma de su salud es porque han perdido parte de su expresión natural, han reprimido algo, han dejado de hacer o de decir algo, han hecho cosas que no querían o han ido en contra de sus convicciones profundas. ¿No es esto perder la libertad en todo o en parte? Yo pienso que sí. Sin duda, a través de la observación y el registro de centenares de casos, puedo afirmar con certeza que un porcentaje elevado de casos de enfermedad viene dado por no vivir en libertad física, emocional, mental o espiritual.

Esta pérdida de la libertad no siempre es fácil de identificar ya que, a menudo, sucede en el ámbito inconsciente de la persona, sea el inconsciente personal, familiar o colectivo. La programación emocional y mental, los mandatos e improntas, las experiencias vividas en esta o en otras vidas funcionan como acicates o como obstáculos para la expresión honesta y profunda del verdadero Ser pero, teniendo en cuenta que la vida consciente de la mayoría de las personas representa apenas un tres a un siete por ciento de su existencia y que la vida inconsciente ocupa el restante noventa y pico por ciento, es claro comprender por qué las personas no son capaces de vivir su esencia en libertad y por qué pueden llegar a enfermar. Incluso Bach aludió a la información que la enfermedad aportaba sobre la falta vivida en función de la parte del cuerpo y la naturaleza de la afección.

A mi entender, las pérdida de la libertad es algo intrínseco e inherente a la naturaleza humana y, precisamente, es el transitar hacia la libertad una de las lecciones en este día de colegio que es la vida. Reconocer aquello que nos limita a cada uno de nosotros y trascenderlo es una de los cometidos más importantes de nuestra vida, al menos en un sentido trascendente e, incluso, espiritual.

A veces es fácil reconocer las pérdidas de libertad de aquellos que nos rodean y actuamos queriendo cambiarlos.

El Maestro Jesucristo dijo: “ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio”. Incluso, reconociendo los defectos propios y ajenos, a menudo pensamos que sería más fácil trabajarse los ajenos, aunque esto le pasa también a los demás, que contemplan nuestros defectos y limitaciones y llegan a envidiarlos para sí, por lo sencillo que sería erradicarlos. Pero esto sólo sucede porque, en realidad, las limitaciones de los demás no son las nuestras y no habitan en nuestros corazones, quizás porque ya las trascendimos en el pasado o en otras vidas o son lecciones futuras que están por aprender. ¡Las nuestras casi siempre son las lecciones más difíciles!

Entonces ¿en qué consiste eso de liberarse a uno mismo?, ¿liberarse de qué?, ¿liberarse cómo? Supongo que no habrá una única respuesta ni pretendo ofrecer la fórmula mágica, porque si la tuviese probablemente a estas alturas de mi vida sería millonario y puedo asegurar que no lo soy. Pero sí que puedo exponer la manera en la que, a través de la terapia emocional y con el uso de las Flores de Bach y otras muchas esencias florales, alumnado y pacientes de Noray han accedido a un mayor grado de libertad, sobre todo reduciendo sus miedos y aumentando su conexión con el Amor o, dicho de otra manera, reduciendo su constructo egoico interno y desarrollando su consciencia.

Y llegamos a dos conceptos fundamentales en el camino de liberarse a uno mismo: ego y consciencia, dos ordenadores internos que determinan la manera en la que cada persona se relaciona consigo misma, con los demás y con la vida. El ego y la consciencia son dos constructos psíquicos internos que, unidos al alma, son pilares fundamentales en el devenir vital de la persona. La cuestión frente a la libertad es compleja, ya que no es lo mismo hablar del libre albedrío, con sus connotaciones trascendentes, que hablar de la libertad de la voluntad, algo más cercano al día a día de la persona.

Dejemos la cuestión del libre albedrío para una futura ponencia y concentremos las neuronas en la cuestión de la voluntad. Esta bella palabra deriva del latín υοƖǔntas, derivado del verbo velle, cuyo significado es “querer”[1]. Así mismo, el significado de voluntad es “facultad del alma con la que quiere o elige unas cosas y rechaza otras, y gobierna los actos del ser animado por ella”[2]. De nuevo bellas palabras de María Moliner para dar contenido a un concepto tan complejo como el de la voluntad. Si entendiéramos la voluntad como una facultad del alma que gobierna los actos de la persona a la cual anima, entonces no habría que plantearse el libre albedrío, ya que éste sería intrínseco a la naturaleza trascendente del ser humano. Y si hacemos caso a la etimología nos acercamos más a una especie de “querer” que, según la misma María Moliner significa “tender con la mente a la posesión o la realización de una cosa de la que se espera satisfacción”. Aquí nos acercamos más, al menos a mi parecer, a los anhelos del ego. Así, “voluntad” y “querer” si bien pueden parecer cercanos, se pueden referir al impulso para la acción que nace, el primero de la consciencia y el segundo del ego. Cabe así diferenciar entre una voluntad consciente o de la consciencia y una voluntad egoica o del ego, ambas con igual poder para dirigir la vida de la persona, sus decisiones, sus gustos y sus impulsos, pero cuyo origen y naturaleza difiere considerablemente y más si queremos alcanzar ese “libérate a ti mismo” que Edward Bach nos propone.

¿Actuar desde el ego nos hace libres?, ¿o eso se consigue cuando actuamos desde la consciencia? La libertad no puede basarse en reacciones inconscientes, automáticas y egoicas sobre las que la persona no tiene ningún poder de decisión, de lo que resulta que, en una mirada realista sobre la existencia, difícilmente una persona es libre, aunque lo piense o lo sienta. La libertad de la voluntad es un proceso más que un estado, en el sentido de que se va ganando a medida que la consciencia se desarrolla y el ego va cediendo territorio. Aun así, el proceso para el desarrollo de la voluntad requiere aprender a escuchar la voz interior, ¿alma?, ¿consciencia?, ¿intuición? Este proceso de aprendizaje lleva su tiempo y a lo largo de la historia de la humanidad se han creado y enseñado diversos métodos para ello, las Flores de Bach y los procesos en los que se utilizan, como la terapia emocional y el desarrollo de la consciencia dan fe de ello.

Liberarse a sí mismo ya es complejo desde un punto de vista personal, pero desde un punto de vista familiar, social, psicológico, económico o educativo pudiera parecer una imposibilidad. De hecho, una parte del consumismo y el mercantilismo utiliza la idea y el ideal de la libertad para vender productos que, a posteriori, terminan por esclavizar aún más a las personas: el coche que te hace libre, la casa que te da libertad, las inversiones que te dan libertad económica, la ropa que te permite moverte con libertad…, hay tantos ejemplos del uso de este concepto con fines adulterados que poco menos que ha perdido su esencia para convertirse en un producto más de consumo en forma de sucedáneos a los que se les incrementa el precio por llevar estampada dicha palabra.

Liberarse a uno mismo, insisto, es un proceso, no un estado, y no es algo que se pueda conseguir de manera definitiva, en un pago único, para siempre y, además, sin permanencia. Es cierto que alcanzar dicha meta requiere un esfuerzo, es cierto que se ha de hacer en el día a día y que habrá momentos en los que parezca que uno va hacia atrás en lugar de hacia adelante, pero el trabajo de despertar y hacer crecer la consciencia tiene estas cosas, al menos en el trabajo que proponemos desde Noray y a través de una técnica que incluye las esencias florales (Bach, Canción de Eva, Danza de Adán, Hoponopono, Australianas, etc.) y un método propio de trabajo encarnado en nuestro libro El viaje del ego hacia la consciencia.

Este viaje de liberación (o autoliberación) pasa por sucesivas etapas en las que la persona no sólo accede a unos conocimientos “especiales” sobre el mundo emocional, mental y trascendente, sino que ese conocimiento ha de ser convertido en sabiduría a través de su aplicación práctica. El conocimiento es sólo un conjunto de ideas, de creencias, de premisas que, por muy ciertas y certeras que sean, no tienen significado alguno para el corazón de la persona si no se han convertido en experiencias de las que extraer el aprendizaje. En este sentido cabe afirmar que “el conocimiento alimenta al ego, la sabiduría alimenta a la consciencia”, y es imprescindible, si se quiere acceder a esa anhelada libertad, el desarrollo de la consciencia y la sabiduría a través de la experiencia vital, el error o el acierto y la reflexión, amén del aprendizaje y comprensión a través del estudio y la puesta en práctica del mismo.

Todo este proceso ya lo he explicado en numerosos artículos y en mis libros, por lo que aquí lo expondré de manera esquemática, invitando a las personas interesadas a profundizar con la obra citada. Los pasos (o hábitos) que podemos realizar en este proceso de liberación son los siguientes:

Para presentarlos de manera concreta y entendible los organizaré en una serie de puntos que explicaré uno por uno. Estos pasos son once: parar, silencio, atención, introspección, reconocimiento, comprensión, aceptación, serenidad, contemplación, trascendencia e integración. Cada uno de estos hábitos se convierte en un paso que lleva al siguiente, de una manera progresiva y casi diría que lógica. Estos hábitos no se alcanzan de la noche a la mañana. Son fruto de un esfuerzo consciente a lo largo de años de trabajo personal. Y no puedo dejar de comentar que si se carece de paciencia, determinación, perseverancia y algunas otras cualidades, mejor desarrollarlas antes de aplicar estos pasos, ya que hay muchas probabilidades de que terminen en fracaso, frustración y abandono. Antes de sembrar las semillas siempre hay que preparar la tierra. Los once pasos son:

Parar.

Silencio.

Atención.

Introspección.

Reconocimiento.

Comprensión.

Aceptación.

Serenidad.

Contemplación.

Trascendencia.

Integración.

1) Parar. ¿Qué significa? Parar implica, fundamentalmente, bajar el ritmo en el que muchas personas vivimos. En esta sociedad occidental parece que está mal visto estar parado, hacer las cosas a un ritmo pausado (o al propio ritmo). Todo es movimiento, acción, velocidad… Todo tiene que ir rápido y, sin darnos cuenta, muchos nos hemos contagiado de ese ritmo infernal en el que sentarse a leer, a disfrutar del sol en un parque o dar un paseo charlando se restringe, con suerte, a los fines de semana. Pararse implica ser capaz de tomarse un tiempo para cada cosa, no llenarse de actividades de modo que no haya un momento libre para hacer aquello que a uno le apasiona o simplemente para sentarse a no hacer nada. Parar implica bajar el ritmo y la cantidad de cosas que se hacen, a menudo fruto de necesidades del ego, pero que no nutren ni aportan nada al Ser Interior, más bien lo acallan mientras el ego crece y se hincha en un proceso de autosatisfacción permanente.

2) Silencio. Al referirme al silencio hablo tanto del silencio exterior como del interior. Cada día desarrollamos nuestras actividades en entornos ruidosos, aunque no nos demos cuenta. Este ruido es un constante estímulo para nuestros sentidos y nuestra mente, por lo que parte de la actividad mental se aplica en recibir y procesar esos estímulos de manera prácticamente constante. Por si eso fuese poco, actualmente está el tema de los Whatsapps. Muchas personas tienen sus teléfonos configurados para que cuando reciben un mensaje haga algún sonido especial que puedan identificar. Con la existencia de grupos hay quien recibe mensajes constantemente. Aunque pueda parecer una tontería, ese sonido no hace otra cosa que llamar la atención de la mente, distrayéndola de otras cuestiones. Ese interrumpir constante de la concentración también es un ruido. Televisiones encendidas, radios funcionando, música constante, el tráfico, etcétera, son elementos que casi no permiten un minuto de silencio externo ni interno en nuestras vidas, por lo que vivimos sometidos a constante estimulación y, de este modo, se complica la escucha interior. Si aun así se consigue, luego están los ruidos internos: preocupaciones, problemas, deseos, obsesiones, miedos, temas pendientes y un largo etcétera de actividad interior que también impiden escuchar más allá, escuchar a nuestro Ser Interior. Conseguir el hábito del silencio exterior e interior es importante para poder evolucionar.

3) Atención. La atención es un estado y una actitud que se puede dirigir hacia la realidad exterior y hacia la realidad interior. Este prestar atención suele ser más habitual hacia el exterior, a través de los sentidos clásicos (oído, olfato, vista, gusto y tacto), pero también hay una atención que se puede orientar hacia el interior. “¿Y a qué hay que atender por dentro?” me han preguntado algunas veces. Nuestro Ser Interior se expresa a través de varios lenguajes: sensaciones, emociones, sentimientos, pensamientos e intuiciones. Cada uno de esos lenguajes se corresponde con un plano diferente: plano físico, plano emocional, plano mental y plano trascendente. Si se quiere evolucionar, esa realidad interior ha de ser atendida tanto como la realidad externa ya que, permanentemente, nos está ofreciendo información de lo que pasa dentro de nosotros, tanto en el consciente como en el inconsciente. La atención que se presta a esos lenguajes interiores requiere que nos paremos y estemos un poco en silencio, pues se trata de información a veces muy sutil. Es como si hubiese que escuchar un sonido apenas perceptible o como si quisiéramos saborear un nuevo plato, hay que poner toda la atención en ello. Este estado de atención, a base de entrenamiento, se puede convertir en un hábito y una actitud, y lo mismo que alguien puede estar siempre enfadado o siempre triste porque ha creado el hábito emocional, también es posible estar siempre atento a lo que sucede en la realidad interior de cada uno de nosotros.

4) Introspección. Este es el proceso por el cual se dirige la atención hacia el interior. Se trata de atender a las sensaciones, emociones, sentimientos, pensamientos, creencias, intuiciones y todo movimiento interior de cualquiera de los planos que configuran a la persona. Esta atención interna o introspección sirve para darse cuenta de lo que sucede por dentro, algo que no se nos suele enseñar a hacer ni en la familia ni en la escuela. A través de la introspección podemos hacer conscientes los programas emocionales y mentales que se ponen en marcha en cada momento, con cada situación, encuentro, palabra, etc. De este modo, al hacer consciente lo inconsciente, podemos plantearnos si es sano o insano, si está en justa medida o fuera de justa medida, aunque no siempre es fácil diferenciar los programas sanos de los insanos. La introspección favorece el descubrir la información que todos llevamos dentro, configurada como programas instintivos, emocionales y mentales, que son las instrucciones que determinan cómo nos relacionamos con la vida y con nosotros mismos.

5) Reconocimiento. La mayoría de los programas instintivos, emocionales y mentales (aprox. un 97%) desde los que nos movemos son inconscientes, y sólo un pequeño porcentaje (aprox. un 3%) son conscientes. La introspección implica una mirada interior con la finalidad de buscar esos programas, conscientes o preconscientes unos e inconscientes otros, que mediatizan tanto las acciones y las reacciones, como las interacciones y las relaciones. Ese “hacer consciente lo inconsciente” es el reconocimiento de los instintos, las emociones, sentimientos, las creencias, las ideas, los pensamientos, los complejos, los traumas y un largo etcétera de programas. Reconocer es darse cuenta de que están ahí, es tomar conciencia del “desde dónde”.

6) Comprensión. Este paso, siguiente al reconocimiento, nos lleva a entender cómo influye en nosotros nuestra programación instintiva, emocional y mental. De este modo podemos tomar conciencia de qué consecuencias vivimos y de cómo esos programas dejan su impronta en nuestro carácter y en nuestro destino. La comprensión es una mirada amplia y profunda sobre nuestras vidas, no solamente desde un punto de vista mental, lógico o racional, sino accediendo a la carga emocional, simbólica y trascendente de aquello que es nuestra vida, sea en lo cotidiano o en lo excepcional, en lo laboral o en lo personal, en lo íntimo o en lo social. Al comprender se amplía nuestro horizonte de consciencia sobre aspectos concretos o generales y nos permite ver un poco más allá. Se produce así una ampliación de consciencia. No hace falta que sea una iluminación que nos lleve a conocer “al Universo y a los dioses”, basta con que se amplíe un poquito nuestro horizonte para evolucionar en lo más profundo de nosotros. La suma de comprensiones es un camino para la ampliación de la consciencia de manera progresiva y efectiva.

7) Aceptación. Etimológicamente aceptar deriva del término latino capĕre, cuyo significado es “coger”. Pero… ¿qué es lo que hay que coger?, lo que hay que coger es la propia vida, la propia existencia. En este sentido aceptar no tiene por significado alguno de los muchos conceptos que se le asignan habitualmente: resignarse, someterse, ceder, conformarse, rendirse, etcétera; significa recibir aquello que está sucediendo y pasar a la acción (interna o externa) sin hacer resistencia, desarrollando un movimiento o acción (emocional, mental, relacional, etc.) acorde a la situación que se da. En ocasiones aceptar implica pasar a la acción y en otras ocasiones implica la no acción. De cualquier modo lleva consigo un paso más en la evolución de la consciencia.

8) Serenidad. La serenidad se puede definir como un estado en el que el ánimo no está alterado por pasión alguna. En este estado de ánimo se incluye, simbólicamente, tanto a la cabeza (plano mental) como al corazón (plano emocional). Cada uno de los pasos anteriores, sea en temas concretos o de modo general, lleva a la persona a un estado de sosiego mental y emocional, un estado de “calma serena” que no interfiere con el sentir que nace en lo profundo del Ser Interior. La serenidad permite la percepción del Ser Interior, de su “sentir” y su “pensar” de una manera más clara, resultando que por fin es posible escuchar la voz de la consciencia, aquella que señala el camino a seguir, la opción a escoger o la decisión a tomar. Este estado se alcanza a través de un proceso de aprendizaje y no es fácil mantenerlo de manera constante, ya que la propia vida implica situaciones que sacan a la persona de la serenidad.

9) Contemplación. La acción de la contemplación tiene su origen en la consciencia. Ésta, a través de la mente-consciencia, percibe, comprende y aprehende la información interna o externa y la integra en el conjunto de la Sabiduría de la persona, más allá del ego-mente que puede observar pero no contemplar, del mismo modo que un ojo puede mirar pero es el cerebro el que ve. La contemplación implica una aprehensión amplia y profunda, poblada de matices sensoriales, emocionales, mentales e intuitivos, fruto de la acción conjunta de las diferentes dimensiones humanas: física, energética, emocional, mental y trascendente. Esta contemplación deja una impronta en el sentir y en el Ser que favorece el avance y la evolución de la propia consciencia.

10) Trascendencia. La palabra trascendencia significa “ascender más allá”. En el caso de la evolución de la consciencia ir más allá implica ampliar la consciencia sobre aspectos de la propia vida o de la existencia. Los pasos anteriores: parar, silencio, atención, introspección, reconocimiento, comprensión, aceptación, serenidad y contemplación permiten la percepción, comprensión y aprehensión de la información interna o externa, enriqueciendo la visión de la existencia. Este “ir más allá” es ese incremento de la Sabiduría de la persona, no como conocimiento que se fija en el ego-mente sino como experiencia que se añade a la mente-consciencia. El acúmulo de conocimiento (erudición) no necesariamente lleva a trascender ya que, a menudo, crea estructuras de pensamiento rígidas que limitan esa evolución, mientras que la experiencia de la Sabiduría es un campo abierto, sin cercados que lo encierren y que permite ser recorrido y sembrado sin limitaciones egoicas.

11) Integración. Sería la última fase del proceso en el sentido en que la información desaparece como tal y se integra en la vida de la persona, formando parte de su mente-consciencia y de su sabiduría natural. Ya no hace falta pensar, reflexionar o recordar conscientemente algo para incorporarlo al vivir cotidiano, sino que queda normalizado como si siempre hubiese estado ahí. De este modo se amplía la sabiduría interior y la capacidad de percibir, comprender y aprehender la realidad interna y externa y la interacción entre ambas. La persona avanza en su evolución, se hace más consciente y comprende y acepta de manera más fluida la vida y la existencia.

Esta propuesta es una más de las numerosas y efectivas maneras de realizar un proceso de evolución personal y de ampliación de la consciencia, que, como consecuencia, llevarán a un mayor grado de libertad. Si se practica lo suficiente se convierte en un acción inconsciente y automática, un recurso natural en el día a día de la persona. Ahora bien, no se puede pretender vivir procesos de evolución consciente y voluntaria si no se pone en ello intención y voluntad. Hay quien dedica un tiempo del día a hacer actividad física, otras personas a cuidar su imagen, a comer sano o simplemente a ver la televisión. Como la mayoría de las cosas en esta vida, el proceso de evolución de la consciencia precisa de intención, voluntad, acción y constancia para alcanzar ciertas metas. Lo que puedo decir con convicción es que si se siembra y se persevera, tarde o temprano se recoge la cosecha: consciencia y libertad interior.

[1] Diccionario crítico etimológico Joan Corominas.

[2] Diccionario de uso del español María Moliner.

José Antonio Sande Martínez

Terapeuta emocional con Flores de Bach

Noray Terapia Floral

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