El mundo emocional es complejo, profundo, casi podría decirse que inabarcable. Sin embargo, emoción a emoción y sentimiento a sentimiento, podemos llegar a comprender la tremenda influencia que la emocionalidad ejerce sobre la vida de todas las personas. Analizando de esta manera, tras muchos años de labor terapéutica, puedo decir que el sentimiento de culpabilidad es uno de los programas emocionales más tóxico y limitante que hay.

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Este sentimiento puede venir de nacimiento, ya sea por influencia de una vida pasada, del linaje familiar o por una configuración astrológica concreta que lo favorezca, pero, la mayoría de las veces, se crea en algún momento de la vida. Teniendo en cuenta que el noventa y cinco por ciento de la emocionalidad de cualquier persona queda grabada entre los cero y los diez años, las posibilidades de que la impronta de la culpabilidad se grabe en esa etapa de la vida son muy amplias. No obstante, también hay casos en los que se graba posteriormente, consecuencia de una experiencia traumática, de una relación de amistad o de pareja chantajista o de otras cuestiones que veremos más adelante.

«La culpabilidad se suele grabar en la infancia»

Expongo la situación más habitual, que es la de que el programa emocional de la culpabilidad se establezca en la infancia. Un niño o niña que vive en un sistema familiar tiene como principal necesidad instintiva y de supervivencia ser aceptado, protegido, cuidado y amado por sus padres (o quien ejerza la crianza). 

Desde el punto de vista evolutivo, neurológico y sociológico, la culpabilidad es la señal de alarma que el cerebro activa cuando un individuo perteneciente a un sistema (pareja, familia, clan, tribu, sociedad) hace algo que puede poner en peligro su posición dentro de dicho sistema. Es decir, que la naturaleza dotó al ser humano de una alarma que, en determinadas circunstancias, le dice: “¡cuidado!, eso que haces no está bien y pone en peligro tu aceptación por parte del grupo”. En tiempos ancestrales, esta alarma tenía sentido ya que, en grupos familiares o tribus, la supervivencia del grupo podía ponerse en peligro por el error de uno de sus individuos y, al mismo tiempo, la supervivencia de un individuo dependía de pertenecer a una familia o tribu, de ahí que el destierro fuese una deshonra y un castigo más grave que la pena de muerte, pues significaba dejar de pertenecer a un grupo que garantizaba la supervivencia.

Así pues, la culpabilidad tenía una función importante de supervivencia individual y grupal. Pero, ¿cómo un sentimiento tan útil se ha transformado en algo tan tóxico y limitante hoy en día? Es una cuestión de contextos. En aquellos contextos donde todavía hay un sentido y necesidad de clan, tribu o grupo social muy reducido, el sentimiento de culpabilidad sigue siendo una señal de alarma que cumple su misión, pero en otros contextos familiares y sociales, donde la supervivencia del individuo no depende tanto del grupo, este sentimiento sigue presente en el plano emocional pero no cumple la misma función que ancestralmente.

«La culpa es un sentimiento ancestral»

Hoy en día, este sentimiento, al igual que la vergüenza y el miedo, son medios de control sobre las personas, ya sea en el ámbito de la pareja, la familia, la comunidad o la sociedad.

Ya hemos visto (de manera resumida) el origen y la función del sentimiento de culpabilidad en su origen. Ahora vamos a ver cómo se configura en la emocionalidad infantil y adulta y cómo es utilizado para el ejercicio de control y poder sobre quien lo tiene grabado en su emocionalidad (no todo el mundo lo tiene).

En el niño, el sentimiento de culpabilidad se desarrolla cuando siente que con sus acciones provoca dolor a sus seres queridos. El problema con la culpabilidad es que hay padres y madres (u otros adultos) que utilizan el drama, el chantaje, el fingimiento o la mentira para hacer ver que tal o cual conducta del niño les ha dolido y, así, tratar de cambiar dicha conducta en el niño, que intentará no provocar ese dolor, aunque no comprenda o no comparta la reacción del adulto. Directamente, esto se llama hacer chantaje emocional, y es la causa principal del sentimiento de culpabilidad grabado en la emocionalidad de millones de personas.

Un sistema familiar o social, que utiliza la culpabilidad, suele recurrir al chantaje emocional, sea este consciente o inconsciente y se haga de una u otra manera, ya que hay muchas formas de hacer este tipo de chantaje. El mecanismo esencial del chantaje es el siguiente: si un niño o niña hace algo que el padre o madre no quiere que haga, éste recurre a que dicha acción o actitud del niño le causa dolor. Para ello se utilizan frases o actitudes como: ¡”si haces eso dejaré de quererte!”, “¡cuánto me haces sufrir!”, “¡me vas a causar una enfermedad!”, “¡con lo que yo hago por ti…, no me merezco que me trates así!”, “¡me estás matando con tu actitud!”, “¡vas a conseguir que me enferme!”, o también se puede recurrir a dramatizaciones y exageraciones como ataques de ansiedad, mareos, tirarse de los pelos, meterse en la cama, retirar la palabra, ponerse enfermo, entristecerse, etc. Comento sólo algunas de las maneras en las que se puede hacer chantaje emocional. A lo largo de los años como terapeuta emocional he escuchado miles de maneras diferentes de chantaje.

Cuando un niño o niña recibe esta información por parte de los seres a los que quiere o de quienes depende su supervivencia, se puede activar el sentimiento de culpabilidad que está en su plano instintivo y cuya función es decirle “ten cuidado, estás poniendo en peligro tu supervivencia o la del grupo”. Ante esta tesitura, por supuesto inconsciente, el niño, la mayoría de las veces, va a decidir no provocar ese daño y, si esta manera de controlar o cambiar la conducta del niño se repite a menudo en su vida, por el principio de la intensidad, la frecuencia y la duración (recomiendo leer el artículo Intensidad, frecuencia y duración) se va a crear un programa emocional que, más o menos dice “si haces eso causas dolor al otro, así que no debes hacerlo, aunque te violentes a ti mismo. Y si no lo cambias te vas a sentir muy mal contigo mismo”. Con el tiempo, este programa se normaliza, se automatiza y se pasa al inconsciente, y la persona lo trasforma en conductas como ser demasiado servicial, anteponer los intereses de los demás a los propios, vivir en el “por no molestar”, vivir en el “me da igual, decide tú”, ser demasiado buena hasta el punto de que se aprovechen de ella, carecer de asertividad, no atreverse a entrar en conflicto, no saber decir “no” y muchas otras conductas que seguirán a lo largo de su vida y que influirán en cómo se relaciona consigo misma, con los demás y con la vida.

«¡Atrévete a decir no!»

De este modo, el sentimiento de culpabilidad, puede ser utilizado por el sistema familiar para ejercer poder, control o por una manera de amar mal entendida, en la que quien ofrece ese amor lo hace de manera dominante, posesiva, chantajista o autoritaria porque solo sabe amar de esa manera o porque así cree que educa o protege al niño.

Quien vive este programa de culpabilidad en su mundo emocional presenta una vulnerabilidad que, a lo largo de la vida, será aprovechada de manera consciente o inconsciente por personas chantajistas, manipuladoras y aprovechadas para ejercer poder y control sobre la persona, lo que mermará su calidad de vida, su libertad y su existencia, ya que la persona se verá muy mediatizada por la culpabilidad, uno de los sentimientos más limitadores y dañinos que hoy en día vivimos en el plano emocional.

José Antonio Sande Martínez

Terapeuta emocional

Centro Noray

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