En lo cotidiano, la propia existencia es observada desde diferentes perspectivas en función del grado de consciencia. La mirada que observa puede ser objetiva, subjetiva, simbólica o trascendente y, en función de ella, se construye y se percibe la realidad. Esta es una de las razones por la que, ante una misma situación, la valoración que hagan las personas será diferente e influirá de manera distinta en sus vidas. Las creencias y las experiencias impregnan la vivencia de una situación concreta hasta transformarla en una experiencia única.

¿Qué es la realidad?, ¿es mi realidad la misma que la de los demás?, ¿experimento mi existencia igual que aquellos que me rodean? Estos planteamientos, y muchos otros, son necesarios si se tiene la intención de realizar un trabajo de ampliación de la consciencia. Quienes no se hacen preguntas es difícil que hallen respuestas. La realidad se vive en función del grado de consciencia que se tenga, y la observación de lo cotidiano está también en función de ese grado de consciencia. Cada forma de mirar de las que en este artículo se plantean pone de manifiesto un paso más en la ampliación de la consciencia, siempre inclusiva de la anterior perspectiva, desde la percepción extrínseca a la intrínseca, de lo aislado a lo conectado, de lo que carece aparentemente de sentido al verdadero sentido de la existencia.

La mirada objetiva es la que responde a cuestiones del tipo ¿qué estoy haciendo?, ¿qué está sucediendo?, ¿qué está pasando? Tiene que ver con la situación que se está viviendo, y pone de manifiesto las limitaciones y desequilibrios que la persona hace y vive en un momento dado. La persona es capaz de identificar qué es lo que está sucediendo, pero no va más allá, no es capaz de advertir otras implicaciones. Esta mirada es un primer paso en la toma de consciencia de la realidad, permitiendo tomar contacto con ella de una manera superficial pero necesaria. No es posible acceder a las otras formas de mirar sin antes haber hecho los aprendizajes relacionados con ésta. Los parámetros en los que se sustenta esta perspectiva, habitualmente inconscientes, son los siguientes: lo que sucede es independiente, tiene un principio y un fin y es producto de una causa. Vamos a analizarlos.

● Lo que sucede es independiente. Según esta manera de ver las cosas lo que sucede es lo que sucede y en nada tiene que ver con la persona a la que le pasa, de igual modo le podía haber pasado a otra.

● Lo que sucede tiene un principio y un fin. Tiene que ver con la percepción lineal del tiempo, en la que todo lo que empieza tiene un final. Este puede tardar más o menos en llegar, pero el final llega.

● Lo que sucede es producto de una causa. Esto también tiene que ver con la percepción lineal del tiempo, todo lo que sucede deviene de hechos que ocurrieron en un momento previo. Todo efecto tiene su causa que es anterior en el tiempo.

Estos tres parámetros responden a una realidad consensuada que es la predominante en el mundo actual, sobre todo en la cultura occidental. No hay que dar por hecho que otras culturas viven según los mismos parámetros. Como se ha señalado anteriormente, esta es una manera básica de contemplar la realidad en la que vive cada uno, pero no es la única. La mirada objetiva sitúa la responsabilidad de lo que sucede fuera del sujeto, de modo que lo que se puede hacer para cambiar las cosas es poco y, en ocasiones, depende de la buena o mala suerte, de las circunstancias o de cualquier otra razón ajena a su intervención. Es un modo de vida en el que la persona se hace pocos planteamientos y vive en una serie de inercias no siempre adecuadas para los procesos de aprendizaje una vez que se ha trascendido esta etapa del desarrollo.

El espectro de valoración de la vivencia que se puede observar a través de una mirada objetiva restringe la información a lo más básico y evidente. La mayor parte de la información sobre la realidad se pierde por falta de disposición adecuada para su recepción, procesamiento y gestión.

La mirada subjetiva. La emoción, el sentimiento y el pensamiento (programas emocionales y mentales) conforman la red que filtra la realidad en esta segunda mirada.

La mirada subjetiva responde al planteamiento de “¿desde dónde estoy haciendo lo que hago?”, “¿desde dónde estoy viviendo lo que vivo?”, “¿cuál es la intención de lo que estoy haciendo?”. Los parámetros que sirven de base a esta perspectiva son los siguientes: todo es observado a través de las propias creencias, todo significa lo que uno decide que signifique, la realidad es como el yo (ego mente) la ve.

● Todo es observado a través de las propias creencias. Las creencias conforman mecanismos que orientan la perspectiva desde la que se observa lo cotidiano. En los niños las creencias tienen que ver tanto con lo que aprenden del exterior como con procesos propios de su edad.

● Todo significa lo que uno decide que signifique. La decisión que dota de significado puede ser consciente o inconsciente, de hecho, la mayoría de las veces el dotar de significado a la realidad se hace de manera inconsciente. Es en el proceso de toma de conciencia (atención) cuando se puede llegar a percibir un verdadero significado de las cosas en cada momento de la existencia.

● La realidad es como el yo la ve. Entendiendo el yo como la personalidad conformada a lo largo del desarrollo de la persona y que no siempre actúa en coherencia con las necesidades del Alma.

La percepción de la realidad, a través de la mirada subjetiva, traslada lo que sucede a un terreno neutral entre lo interno y lo externo, entre el yo y el no yo. De este modo, la persona se plantea que lo que sucede no le es ajeno, sino que le está sucediendo y se siente afectada. Ya nada es ajeno, sino que es al yo a quien sucede, aunque no sabe por qué, y desde esta perspectiva vive las circunstancias. Esta ampliación de la consciencia es un paso en el proceso vital que, si bien todavía no le lleva a responsabilizarse de los procesos, sí le hace consciente de que le suceden externa e internamente.

El espectro de valoración de las experiencias comienza, sutilmente, a ampliarse, pero no hacia el exterior como si de una honda en un lago tras lanzar una piedra se tratase, sino hacia el interior, en dirección a uno mismo, como si las orillas del lago (del yo) devolviesen la onda hacia el centro del cual surgió.

La mirada simbólica. Originariamente, en la Antigüedad, la palabra símbolo hacía referencia a un objeto de madera, cerámica, vidrio u otros materiales, cortado en dos fragmentos, con cuya reunión dos personas o comunidades se reconocían en su relación, sobre todo en casos de negocios. Se trataba de un medio para recordar una realidad que había estado separada pero que podía volver a reunirse en algún momento. La naturaleza de la mirada simbólica no es diferente de lo señalado, ya que, a través de ella, se unifica lo que se ve afuera con lo que es adentro, lo que se proyecta como la realidad en el exterior con el origen interno, íntimo y significativo de esa proyección. “Como es afuera es adentro”.

La mirada simbólica tiene como marco de actuación los sueños, el lenguaje y las relaciones. En estos tres ámbitos se encuentra la respuesta al “¿cómo hago lo que hago?”, pero no la respuesta evidente, sino el significado verdadero, profundo e inconsciente de las acciones. El “¿cómo hago lo que hago?” está impregnado de la naturaleza profunda de la persona. Los parámetros en los que se fundamenta esta forma de percibir la realidad son: todo es simbólico, todo está interrelacionado, todos los acontecimientos son sincrónicos.

● Todo es simbólico. Todo lo que percibimos afuera tiene que ver con creencias internas, lo que se ve en el exterior es una proyección de lo que está en el interior y, en el reconocimiento de que esto es así, está la reunificación de las partes, el acto simbólico que permite el reconocimiento y la comprensión de lo que sucede y de lo que es.

● Todo está interrelacionado. La sensación de que todo es independiente ha quedado atrás y, ahora, todo tiene que ver con todo. Hay una sensación de que lo que me sucede a mí no es un hecho aislado y sin implicaciones para otras personas o para otros momentos de mi propia existencia. Da la sensación de que ni yo ni mi vida están aisladas del resto de los yoes o las vidas que me rodean.

● Todos los acontecimientos son sincrónicos. Se entiende que lo que ocurre lo hace en sincronía con otros acontecimientos que suceden en las realidades vitales de otras personas o en diferentes planos de la propia realidad vital. Parece como si los relojes vitales y experienciales de otras personas y de la vida misma se hubieran sincronizado para que algo ocurra de manera conjunta e interrelacionada.

Desde la mirada simbólica se traslada la construcción de la realidad al interior. Nada hay afuera que no esté adentro, lo de afuera es lo de adentro proyectado. Esto permite asumir la propia responsabilidad respecto a lo que sucede y no echar balones fuera excusándose en las circunstancias, en la suerte o en un supuesto destino. Es en este momento en el que la persona, reconociendo su naturaleza creadora, puede decidir asumir su condición de ser creador de su propia existencia, adquiriendo con ello el poder sobre su realidad y sobre su vida. Esta acción creadora se lleva cabo a través de los sueños, del lenguaje, las relaciones y la interacción con el entorno. Es a través de estos medios como cada uno construye y gestiona su realidad externa, por ello es necesaria la atención constante al mundo de los sueños, en ellos hay mucha información simbólica, reunificadora de lo externo con lo interno; también es importante atender al uso que se hace del lenguaje, las palabras tienen un gran poder y son elementos simbólicos creadores de realidades. Respecto a las relaciones, cuando uno interacciona, al fin y al cabo está proyectando una parte de sí, está dando algo de sí mismo, y aunque lo haga desde protocolos o con una apariencia que no responde a su naturaleza, no deja de ser algo que ha sido creado por uno mismo. La relación es la reunificación, simbólica, del yo con el yo, pues cada persona es un espejo en el que nos podemos ver reflejados, si sabemos mirar adecuadamente. Desde la mirada simbólica hay que tener presente que las relaciones son el alimento del alma, por lo que huir de la interacción es destruir la propia existencia.

La mirada trascendente. La persona que ha aprendido a observar lo cotidiano a través de las miradas objetiva, subjetiva y simbólica, tiene al alcance de la mano la oportunidad de reconocer su naturaleza trascendente. La mirada trascendente permite la comprensión del alma como cualidad de la existencia, ya que coloca el reconocimiento de la realidad dentro de uno mismo, en lo más profundo del ser, hasta tal punto que no hay realidad fuera, sino dentro. Con una sola premisa se enmarca esta mirada: todo es Todo, o dicho de otro modo, todo es Uno. A la vez, la mirada trascendente da respuesta al planteamiento “¿para qué hago lo que hago?”, buscando la respuesta en los aprendizajes que el alma demanda. Estos aprendizajes son posibilitados por la vida cotidiana, y se dan en el marco de la emocionalidad, la intelectualidad y la espiritualidad y en torno a tres tipos de lecciones: fundamentales, maestras y cotidianas.

● Todo es Uno, todo es Todo. Esta concepción, de profundo contenido metafísico, tiene que ver con una realidad en la que solamente existe lo Uno Indiferenciado, de lo cual nosotros formamos parte. Todo son expresiones aparentemente diferentes de la misma esencia y el reconocimiento de esta verdad lleva, inevitablemente, al Amor.

Las experiencias son lecciones que el alma de la persona, es decir, su Ser Interior, necesita para seguir su evolución. Las lecciones fundamentales tienen que ver con las grandes enseñanzas que, a lo largo de la historia, han sido anheladas por la Humanidad: el Amor, la Libertad, la Unidad y la Sabiduría. Alcanzar la comprensión de estas enseñanzas requiere tiempo, en realidad, muchas vidas, pero sólo el hecho de intentarlo ya acerca un poco más a ellas. Hasta llegar a las lecciones fundamentales, la vida da la oportunidad de ir practicando con experiencias más asequibles. Las lecciones maestras son las grandes lecciones que nuestra existencia nos pone delante para que cada uno de nosotros hagamos nuestros aprendizajes, puede que no se den muchas a lo largo de la vida, pero se dan, y es necesario estar atentos y dispuestos, desde la percepción trascendente de la realidad, para que, cuando lleguen, podamos extraer los conocimientos necesarios, así no tendremos que volver a pasar por ellas. Por último, pero no por ello menos importantes, están las lecciones cotidianas, las del día a día. Éstas son los pequeños aprendizajes que, poco a poco, permiten el autoconocimiento para vivir con más armonía y serenidad en la relación con uno mismo y con el resto de las personas y circunstancias. Son las que nos permiten ser mejores cada día y reconocernos como seres que responden a las finalidades últimas de la vida, el aprendizaje, la comprensión y la trascendencia.

Desarrollando la capacidad de mirar a través de las cuatro miradas (lo que se consigue de manera progresiva pasando por cada una de ellas) las personas encontrarán las respuestas a planteamientos fundamentales para el desarrollo de la consciencia:

– ¿Qué es lo que estoy haciendo?

– ¿Cómo lo estoy haciendo?

– ¿Desde dónde lo estoy haciendo?

– ¿Para qué lo estoy haciendo?

– ¿Podría hacerlo de otra manera menos limitadora y más enriquecedora?

Lo que realmente importa no son las respuestas que se obtienen, sino los procesos que se viven, los aprendizajes que se alcanzan y las transformaciones que se logran a lo largo de la búsqueda que se realiza. En muchas ocasiones, cuando llega la respuesta, ésta ya no es suficiente porque cada uno, en el proceso de vivir, ha evolucionado, y ya no es la misma persona que se hizo el planteamiento; pero de eso se trata, de mantenerse en permanente movimiento. En el cambio está la evolución.

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