Para empezar es necesario definir el concepto de ego, ya que aunque a menudo se habla de él, no siempre se tiene una idea concreta de lo que es, sino más bien una idea general y, a veces, vaga.

El ego es un constructo configurado por aspectos instintivos, emocionales y mentales, con cierta conciencia sobre su propia existencia. El ego es fundamentalmente reactivo, y toma naturaleza de identidad creando un yo con el que la persona se identifica y que llega a creer y sentir como su propia identidad o ser. Es una parte de la persona programada no sólo por el instinto, sino también por la educación, el ejemplo recibido, la familia, la escuela, los medios de comunicación, la realidad social, las experiencias vitales y otros factores que configuran la personalidad y que llevan a pensar: “yo soy así”. De esta manera el ego crea un mundo lleno de programas emocionales y mentales, de los que la persona no suele ser claramente consciente ya que los vive como la realidad, sin plantearse cómo ha sido creada esa realidad y sin llegar a comprender que sólo es una realidad, su realidad.

La interacción de la persona con esa realidad, filtrada a través de programas instintivos, emocionales y mentales da sensación de identidad (ego) por el contraste entre el organismo que percibe (persona) y lo percibido (todo lo demás). Esta diferenciación da un sentido de existencia diferenciado.

Pero volvamos al ego y al título de este artículo: ¿De qué se alimenta el ego? El ego come, y mucho. Mantener una estructura egóica requiere gran cantidad de energía interna y externa, por lo que una parte importante de la actividad emocional, mental y relacional de las personas se dedica a conseguir alimento para el ego. En ocasiones ese alimento también le sirve a la consciencia, pero en otros casos no, más bien le perjudica.

Durante un tiempo se puso de moda la expresión “matar al ego” y muchas personas pensaban que ese era el camino para la autorrealización. Hay que tener cuidado con eso de matar al ego, pues en realidad es parte de la naturaleza humana, una parte necesaria que cumple sus funciones y que bien orientado participa del proceso de evolución. Aconsejo leer los artículos Libre albedrío I y II para comprender la utilidad del ego en la vida de una persona.

De manera resumida, la función del ego es crear una estructura psíquica que permita a la persona la existencia cotidiana en relación con el mundo que le rodea, mundo, en parte, creado a partir de la proyección egóica de la persona, pero también creado por las proyecciones egóicas de todas las demás personas. Dicha estructura psíquica necesita ser alimentada, precisamente, de energía psíquica y aquí está el quid de la cuestión emocional, porque la cualidad, cantidad y calidad del alimento que el ego necesita lo determinan, en gran medida, los programas emocionales y mentales con los que cada persona ha nacido (temperamento) o ha sido programada (personalidad). Dado que los programas emocionales y mentales pueden ser sanos o insanos, el alimento que el ego demanda también puede ser más o menos sano. Un ejemplo. Una persona es educada desde la infancia en un sentimiento de humildad excesiva que le lleva a no querer destacar, a considerarse menos que los demás, etc. Si su ego aprendió a alimentarse de ese sentimiento de humildad fuera de justa medida, querrá seguir alimentándose del mismo sentimiento, aunque se dé cuenta de que es perjudicial. Incluso el propio ego, a través de la mente egóica, justificará esa actitud de humildad insana como adecuada y necesaria. Aunque en el fondo perjudique a la persona ésta no lo verá o no querrá verlo, porque su ego necesita ese alimento.

Cuando los intereses del ego (ser exterior) coinciden con los de la consciencia (Ser Interior) el alimento que se busca es sano y nutre a ambas estructuras de manera sana. Otras veces se trata de un alimento neutro, que ni beneficia ni perjudica, pero en otras ocasiones el ego pide que se nutra a sus programas emocionales y mentales insanos, y no cesa hasta que no se le hace caso. Estos programas pueden ser conscientes o inconscientes, pero si son insanos, hacen que el ego crezca y engorde de manera insana, perjudicando a la persona en su proceso de evolución y, de paso, poniéndole delante aspectos de sí misma que ha de pulir. A través del hambre del ego se pueden reconocer sus defectos y, de este modo, comprender aquellas virtudes que hay que desarrollar. ¡Va a resultar que el ego no es tan malo!

Si somos capaces de discernir cuándo nuestro ego se alimenta de comida insana podemos, poco a poco, cambiarle el alimento por otro más sano. El problema es ¿cómo sé que tal o cual alimento es insano si toda la vida me educaron o he visto que eso era lo que había que hacer? Llega un momento en el proceso de desarrollo de la persona en el que la consciencia despierta y empieza a dar su opinión sobre lo que es sano e insano para la vida. A partir de ese momento el Ser Interior ayuda a diferenciar los alimentos, es necesario escuchar esa voz y encontrar el equilibrio entre ego y consciencia a la hora de relacionarse con el mundo y con uno mismo.

Reproduzco un texto de Paramahansa Yogananda esclarecedor sobre la cuestión del ego.

“El término verdad es un concepto muy escurridizo […]. No siempre es posible aplicar criterios absolutos en nuestro mundo relativo. Para adherirse a la verdad en la vida cotidiana, el hombre debe guiarse por la sabiduría intuitiva; sólo ella dilucida infaliblemente lo que es correcto y virtuoso en cada circunstancia. La voz de la conciencia es la voz de Dios. Todos poseen dicha voz, pero no todos la escuchan. Quienes han entrenado su sensibilidad pueden detectar lo que es incorrecto porque genera dentro de ellos una perturbadora desazón. Y reconocen la virtud por la vibración de armonía que se crea en su interior. […] Si uno no permite que la emoción perturbe el sentimiento, o que la racionalización de un mal comportamiento afecte al discernimiento, recibirá la ayuda de esa voz interior. Seguir la luz de la guiadora sabiduría interior constituye el camino hacia la verdadera felicidad, […] la manera de desligarse de la influencia coercitiva de los malos hábitos que usurpan el poder de decisión del ser humano.”

Cualquier programa emocional o mental fuera de justa medida se puede convertir en alimento para el ego. Aspectos como el sufrimiento, el control, la inseguridad, el clasismo, la altivez, la impaciencia, el egocentrismo, el dramatismo, el protagonismo egocéntrico, la vulnerabilidad, el sometimiento, el servilismo, el sentimiento de inferioridad, la necesidad de estar en conflicto, la culpabilidad, el victimismo, la prepotencia, la dependencia, la intolerancia, la rigidez e inflexibilidad y muchos otros, cuando se presentan desequilibrados, sea por intensidad, frecuencia o duración, pueden ser valorados como alimento que el ego está demandando y buscando. La cuestión está en tomar conciencia de qué alimentos insanos son los que el ego demanda y dejar de dárselos utilizando como apoyo la consciencia, la voluntad consciente, el discernimiento, la determinación y la perseverancia. En caso de no saber o no poder hacerlo uno mismo, quizás sea necesario acudir a un profesional que ayude a la persona a realizar los aprendizajes y los procesos necesarios para atender y entender lo que la voz de la consciencia está queriendo decir. En esto, como en todo lo demás, todos somos almas en proceso.

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