El ego es el constante existente, nacemos en él y morimos en él. Hay personas que nunca llegan a conocer algo que no sea una existencia egóica y otras que, afortunadamente para ellas, despiertan a la consciencia y consiguen vivir, en parte, fuera del influjo egóico. Dado que vivir en ego es como respirar aire para el ser humano o vivir en el agua para los peces (inicialmente no se es consciente de ello), la sola comprensión de que “el ego existe” o “el ego lo es todo” es un gran paso para lograr, al menos, una pequeña cuota de libertad. Ahora bien, esta libertad necesita de una serie de procesos que permitan su experimentación, sustento y ampliación, y todo esto en convivencia con una estructura egóica que no contemplará con buenos ojos la pérdida de poder y territorio en la psique de la persona.

Desde el inicio de la vida el ego se alimenta de la experiencia vital, al principio como una función de supervivencia para la propia persona, pero llega un momento en que esa supervivencia es la del propio ego, por lo que éste induce a la persona a alimentarle a través de sus trucos y trampas creadoras de estrés emocional y mental, sucedáneo del estrés a vida o muerte que durante cientos de miles de años de evolución le ha servido de alimento. Ahora el ego ha de conformarse con un alimento diferente, un sucedáneo, pero necesario para su propia supervivencia. El despertar de la consciencia implica que el hijo único, el rey de la casa en que se había convertido el ego ahora tiene una hermanita que también necesita comer, así que parte de los recursos energéticos, emocionales, mentales y psíquicos se han de desplazar a la consciencia.

Alimentar al ego es ceder a su manera de interpretar la vida en clave de estrés, excesos y defectos, en clave de vivir en el pasado o en el futuro, en clave de vivir desde y en el miedo, en clave de reactividad. De esta manera el ego se alimenta y mantiene en marcha los mecanismos psíquicos internos, ancestrales, inconscientes y automáticos que favorecen un estado vital egóico, en el que él y sólo él es el dueño de la existencia de la persona, aunque ésta crea ser libre y consciente. Se calcula, tirando por lo bajo, que de esta manera vive el ochenta por ciento de la población mundial, indistintamente de su cultura, economía, religión, género, país, etc.

Gastar el ego es otra cuestión bien diferente en el fondo pero que puede ser parecida en la forma, lo que lleva a esa confusión y desconcierto que algunas/os pacientes y alumnas/os manifiestan. Para comprender mejor el concepto de gastar el ego hay que introducir los conceptos de identificaciónevolucióndesidentificacióntrascendencia e integración. Los voy a resumir a breves palabras porque si no el artículo se alargaría demasiado.

La identificación se da cuando una persona vive lo que vive convencida de ello, es una necesidad interior, aunque desde fuera pueda parecer que se está equivocando o dañando.

La evolución es la consecuencia de vivir lo que se vive, se va adquiriendo experiencia y ésta puede ir cambiando a la persona.

La desidentificación es el hecho de que, al vivir la experiencia y evolucionar, la persona puede llegar a gastar esa experiencia de modo que ya no le interese repetirla y busque fuera nuevas opciones, perdiendo el interés por aquello que ya ha vivenciado.

La trascendencia es la etapa de dejar atrás, de ascender más allá de la experiencia pasada aun cuando no se sepa qué nuevas experiencias deparará ese salto.

La integración es iniciar de nuevo todo el proceso en un marco experiencial más amplio, diferente y, quizás, desconocido.

Vivir cada una de estas fases cuando ha de ser vivida y como ha de ser vivida garantiza gastar el ego, pues la experiencia es vivenciada y gastada. Sin embargo, el ego puede frenar el proceso en la fase de desidentificación y convertir la experiencia en un bucle que le sirva de alimento. Esto suele pasar por el miedo de la persona a trascender lo conocido y atreverse a lo desconocido. Ese bucle favorece repetir una y otra vez experiencias insanas de las que la persona parece no aprender ni poder desprenderse. Es en este punto donde la consciencia, la metaobservación, el discernimiento, la voluntad consciente, la coherencia interior, la determinación y la perseverancia han de ser aplicados con firmeza. Aceptar las fases de trascendencia e integración implica romper el bucle, gastar al ego y volver a empezar en otra vuelta de la espiral ampliable y ascendente que es el desarrollo de la consciencia.

Si el ego se alimenta la consciencia queda desplazada, paralizada, si es la consciencia la que se alimenta el ego queda gastado (en un aspecto concreto) y cede territorio interior para el despertar y vivir en un estado más amplio y profundo de la consciencia. Uno implica sufrimiento, la otra dolor; uno repetir, la otra cambiar; uno vivir en el Miedo, la otra vivir en el Amor. ¿Quién elije el camino? Si hay un ego y una consciencia y yo no soy ni el uno ni la otra entonces ¿soy eso y más?, ¿soy otra cosa diferente? De momento, para gastar el ego, basta con que el yo se coloque en posición de metaobservación (dejando un espacio entre ambos para la consciencia) y desde ahí decida qué camino recorrer, a quién hacer caso. Desde esa posición se obtiene cierto grado de libertad que antes no se podía tener. Ahora queda decidir si seguir el camino del ego alimentándolo o si seguir el camino de la consciencia gastándolo.

No dejéis que el Miedo (y con él el ego) elija por vosotras/os, recordad las palabras del maestro Gandhi: “Dios nos quiere atrevidos”.

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