Esta afirmación refleja la posibilidad de alcanzar la verdadera libertad a través del reconocimiento del Alma. Quien dota de libre albedrío al ser humano es el Alma y su naturaleza trascendente.

¿De qué es esclavo el ser humano? De nuevo en una charla ofrecida hace escasos días expuse el argumento de que nadie es libre y de nuevo una persona reaccionó ante esta afirmación: “¿cómo que no somos libres?, ¡yo sí!”.

El ser humano se encuentra sometido a multitud de condicionantes, conscientes e inconscientes, que hacen de él un muñeco en manos de los instintos, las emociones, los sentimientos, las creencias, las ideas, los reflejos, los impulsos, las compulsiones y obsesiones, los condicionantes del inconsciente familiar y colectivo y las influencias astrológicas y kármicas, sin olvidar la estructura egoica que contribuye al mundo de ilusión en el que cada persona vive. ¿Queda pues margen para la libertad? Hasta donde mi comprensión llega, y así se lo traslado a mis alumnas y alumnos, sí hay margen para eludir esa esclavitud.

La verdadera libertad es aquella que nace del interior, no del exterior. No es la libertad de girar a la derecha o a la izquierda, de saltar o agacharse, de comprar un objeto u otro. Esa es una libertad comparable al hecho de que un niño, en el escaparate de una pastelería, elija entre un pastel u otro, pero… ¿puede elegir no tener hambre?, ¿o no desear el pastel? Esos impulsos son los que le esclavizan, y no el hecho de no poder comprar el pastel o que sus padres lo dejen “para otro momento”.

Sin embargo, el Alma que a cada uno anima, esa proyección de la Totalidad en cada ser humano, sí puede acceder a la libertad, ya que su potencial de conexión con la Totalidad es el potencial de libertad que otorga la unión con lo Divino, la más amplia y profunda libertad que se puede alcanzar. La verdadera libertad es aquella que lleva al gozo interior, un gozo que no se gasta ni se satura, que no desaparece con el deseo alcanzado. Quien se cree libre no conoce la verdadera y profunda libertad que nace del Alma realizada.

El ego y todos los demás condicionantes se disfrazan de libertades, de acciones volitivas, de caprichos satisfechos, pero no son más que imitaciones sin valor que acallan (incluso alienan) la voluntad libre y consciente a cambio de unas pocas monedas sin valor. Desgraciadamente, el modo de vida, las enseñanzas, los estímulos, los medios y los fines occidentales, en general, no van dirigidos a la conquista de la libertad interior, sino a la consecución de vanas libertades, mentiras tecnológicas, divertimentos alienantes o caprichos materiales que alejan a la persona del camino del desarrollo y la autorrealización de la consciencia, el camino del Ser Interior, lo que Edward Bach llamaba “los dictados del Alma” o Abraham Maslow denominaba la autorrealización.

La libertad de llevar ropa de marca, de comprar un crédito (que no pedirlo), de elegir un plato del menú o la pasta de dientes con la que blanquear una seductora sonrisa son en realidad libertades minúsculas con las que el ego se conforma en su limitada y miedosa zona de confort, mientras que la libertad interior va mucho más allá, ya que acerca a la persona a la Totalidad.

– ¿Y es libertad seguir los dictados del Alma en lugar de los míos propios? – pregunta una alumna-.
– ¿Cuándo dices los míos propios a quien te refieres?
– Pues a mi, claro está.
– Y ese “a mi” ¿a quién se refiere?, ¿a cuál de los múltiples yoes se refiere?, ¿al instintivo?, ¿al egóico?, ¿al Ser Interior?
– Eso ya no lo sé.
– Ni yo tampoco.

Este diálogo u otros similares, se han repetido a lo largo de las clases y de los años.

¿Es más auténtico el yo egóico, el instintivo, el kármico, el astrológico o el trascendente? Es mi creencia que el yo vinculado al Ser Interior, vivido a través de la consciencia, es el más cercano a nuestra naturaleza profunda. Ese yo se expresa desde un lugar tan profundo que es necesario sentirlo en lugar de pensarlo porque la mente, habitualmente, no llega hasta esa profundidad. Es un yo que cuando se pide que se sitúe en el cuerpo no se hace señalando la cabeza, sino poniendo la mano en el pecho, como si se buscase un punto central en el cuerpo, un eje capaz de contener y sostener esa profunda identidad. Se trata de la sede de la consciencia, de la intuición y del Amor, la parte de cada ser humano que no es humana, sino espiritual, el Alma.

– ¿Y por qué el Alma sí puede ser libre? Aquí no puedo hacer otra cosa que dar una respuesta que entiendo, pero que confieso que no llego a comprender en toda su profundidad. En gran medida se trata de conocimiento alcanzado por el estudio, no de sabiduría fruto de mi experiencia.

El Alma parte de la Totalidad para regresar a ella en un viaje en el que cada experiencia contribuye a su proceso de aprendizaje y desarrollo. Aún cuando su naturaleza es trascendente no es en sí la Totalidad sino una pequeña parte de ella. Las Almas nacen a la Totalidad como los seres humanos nacen a la Tierra, y es necesario que crezcan y se desarrollen hasta que alcancen su plenitud y puedan integrarse a su origen por sus propios procesos de completitud. En ese viaje pueden encarnarse en hombres y mujeres con la finalidad de vivir experiencias humanas, aprendizajes que nutran su desarrollo. Al reconocer el Alma que anima a cada uno de nosotros/as tomamos consciencia de esa parte que está conectada con la Totalidad, y al aceptarla en lo más profundo de nuestros corazones, nos hacemos conscientes de Ella.

La Libertad de la que aquí se habla no es la de estar conectados con la Totalidad sino la de Ser en la Totalidad. ¿Hay mayor libertad que ser Todo? El hecho de ser, ya es una limitación en sí misma pero cuando se Es en el Todo ya no hay opción a más, ni anhelo de más. Se deja de “ser” para “Ser”, ese es el fin último del Alma, y ese puede ser el compromiso del ser humano consigo mismo.

Puedo contar, fruto de mis procesos y los de mi alumnado, que cuanto más se profundiza en el desarrollo de la consciencia más se desarrollan ciertas cualidades en justa medida: empatía (sana), comprensión, tolerancia, paciencia, sabiduría, humildad (bien entendida), serenidad interior, Amor…, y más se diluyen cualidades emocionales como el miedo, la intolerancia, el resentimiento, el egocentrismo, el orgullo (mal entendido), el victimismo, la ignorancia y muchas otras. Esa evolución hacia un equilibrio interior más amplio, profundo y sereno facilita la conexión con el Ser Interior, permitiendo el reconocimiento y la comprensión de la realidad más allá de la ilusión egoica en la que habitualmente se vive. Esa es la verdad a la que el maestro Jesucristo se refería cuando pronunció las palabras: “Si vosotros permanecéis en mi doctrina, sois de veras discípulos míos y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8, 31-32).

La verdad lleva a la libertad, pero la verdad no se encuentra fuera, del mismo modo que la ignorancia tampoco se encuentra fuera de cada uno de nosotros/as sino en lo más profundo de nuestro ser. Para dejar atrás la ignorancia que esclaviza es necesario evolucionar la consciencia que lleva al reconocimiento de la verdad y, con ello, a un mayor grado de libertad interior. No se conoce la verdad porque se es libre, se es libre porque se conoce la verdad.

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