Los niveles de existencia, las diferentes realidades, los grados de consciencia… todo se resume en la proverbial frase del poeta francés Paul Éluard: “Hay otros mundos, pero están en este”.

Del mismo modo que un niño pequeño no puede entender, y mucho menos comprender, la compleja realidad de unos padres que trabajan, pagan impuestos, compran hipotecas o cobran por su tiempo dedicado a otros, cada uno de nosotros y nosotras vive en una realidad con un horizonte de consciencia más allá del cual no es posible ver otra realidad o realidades. Lo que una persona ve es aquello que su comprensión de la realidad le permite ver, y lo que está fuera de su realidad o no lo ve o no lo comparte o es mentira o, simplemente, es imposible.

En mi trabajo como terapeuta se da la circunstancia de que muchas personas llegan a consulta convencidas de que lo que les sucede no puede cambiarse. Desde su punto de vista, su situación (o las circunstancias) les mantienen atrapadas sin posibilidad de escape. Esto es cierto… para ellas. Aquí entra la figura del observador externo, que ha de contemplar la realidad no solamente desde una posición diferente, sino con una consciencia de la realidad más amplia y profunda, es decir, con un mayor grado de consciencia y un horizonte de comprensión más amplio.

– Esto es imposible de cambiar – dice la persona-.

– Se puede cambiar si, en lugar de reaccionar de esta manera, pasas a las acción de esta otra.

– No se me había ocurrido.

– Prueba y me lo cuentas.

Este podría ser un diálogo típico con una paciente.

Transcurrido un tiempo nos encontramos en la siguiente cita:

– ¿Qué tal con aquel cambio?

– ¡Es increíble!, pero funcionó.

¿Y por qué funcionó? Porque el horizonte de consciencia del terapeuta sobre la situación vivida por la paciente ha de ser más amplio que el de ella, para así poder reconocer y ofrecer más opciones de resolución, más soluciones.

En algunos casos puede ser así de sencillo, en muchos otros resulta más complejo. No siempre la persona está preparada para traspasar su horizonte de consciencia. Sus programas emocionales y mentales, miedos limitantes o creencias le pueden impedir pasar a la acción. En este punto es donde las Flores de Bach cobran gran importancia, ya que su función es ayudar a la persona a ampliar la consciencia sobre aspectos concretos de su existencia, aquellos que permanecen limitados e impiden la acción libre y consciente, abocando a la reacción limitadora e ignorante.

En lenguaje moderno esto sería “salir de la zona de confort”. En realidad es una ampliación de consciencia, sea por las palabras del terapeuta, por los patrones vibracionales de las esencias florales o por otras causas. Esta ampliación expande el horizonte de consciencia de la persona, permitiendo que contemple la realidad de manera un poco más profunda y clara, de modo que lo que antes era un problema, ahora se convierte en un aprendizaje, lo que antes era un obstáculo insalvable ahora es un reto motivador y lo que antes era imposible o mentira ahora es palpable y real.

Cada persona vive en su mundo, que nunca es igual al mundo de los demás, aunque haya similitudes. Y ese mundo, totalmente personal, determina y está determinado por el grado de consciencia. Ésta, con sus características y sus limitaciones, está definida por múltiples factores culturales, educativos, sociales, experienciales, etcétera pero, en mi opinión, lo que define profundamente el grado de consciencia de una persona, al menos en su punto de partida, es la edad del alma y las existencias y experiencias vividas por el alma que en cada persona habita.

Desde el momento del nacimiento la personalidad y el ego han de recorrer un camino, en otras vidas transitado, hasta encontrar su grado de consciencia natural. Cada persona ha de llegar a la expresión del grado de consciencia de su alma y, a partir de ese momento, comienza la verdadera aventura. Se trata entonces de explorar un territorio desconocido, el que estaba más allá del horizonte de entendimiento. Algunas de las reglas seguidas hasta entonces todavía serán útiles, mientras que otras han de ser desechadas porque no tienen validez en esa nueva realidad. Es entonces cuando el miedo, la incertidumbre o la curiosidad tienen cabida. A partir de este punto (muchas veces un punto de no retorno), se inicia la verdadera exploración de la vida tanto por parte de la persona como del alma, que anhela lo incierto como medio de aprendizaje y realización.

Hace muchos años leí la siguiente frase atribuida tanto a Edison como a Einstein: “Los que dicen que es imposible no deberían molestar a los que lo están intentando”. ¡Qué gran verdad! Cuántas veces me han dicho con mayor o menor cariño “eso es imposible”. Y cuantas veces esas palabras no han servido para otra cosa que para impulsarme a seguir explorando más allá de mi realidad y la de quienes lo decían desde su limitada visión. Mi respuesta, a menudo, era (y sigue siendo): “será imposible en tu mundo, en el mío se puede”. Y se podía.

Lo que contemplamos y concebimos como nuestro mundo es sólo una ínfima porción de La Realidad. Empecinarse en que sólo hay un mundo y una única realidad posible es lo mismo que si una hormiga creyera que lo único que existe es su hormiguero y unas decenas o centenas de metros a la redonda.

La visión del mundo que cada persona tenga es la que determinará qué sí y qué no puede hacerse, vivirse o existir. Hacer conscientes los programas emocionales y mentales que a cada uno y una le limitan es un primer paso para ampliar esa consciencia sobre la realidad. Luego vendrán otros pasos que dar, por ejemplo: cambiar el modo de comprender la vida, la relación con el tiempo, con el trabajo o con el dinero, el concepto de Amor o conectar con el sentido trascendente de la existencia. Por eso, en este artículo, como en mucho otros, no está de más concluir recordando y escribiendo que “todos somos almas en proceso”.

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