En cada uno de mis cursos, en cada clase, en cada libro y en cada artículo los términos de justa medida y fuera de justa medida son nociones habituales. Sin embargo, no siempre es fácil la comprensión de estos conceptos.

Para ahondar en ellos me remito al texto de Moral a Nicómaco, libro segundo, capítulo VI, en el que Aristóteles dice:

“En toda cantidad continua y divisible, pueden distinguirse tres cosas: primero el más; después el menos, y en fin, lo igual; y estas distinciones pueden hacerse o con relación al objeto mismo, o con relación a nosotros. Lo igual es una especie de término intermedio entre el exceso y el defecto, entre lo más y lo menos. El medio, cuando se trata de una cosa, es el punto que se encuentra a igual distancia de las dos extremidades, el cual es uno y el mismo en todos los casos. Pero cuando se trata del hombre, cuando se trata de nosotros, el medio es lo que no peca, ni por exceso, ni por defecto; y esta medida igual está muy distante de ser una ni la misma para todos los hombres.

[…] Y así, todo hombre instruido y racional se esforzará en evitar los excesos de todo género, sean en más, sean en menos; sólo debe buscar el justo medio y preferirle a los extremos. Pero aquel no es simplemente el medio de la cosa misma, es el medio con relación a nosotros.”

Es posible que de este texto haya sido copiada y repetida hasta el infinito la expresión en latín “In medio cosistit virtus”, “En el justo medio reside la virtud”, pero nótese cómo, de ser así, en realidad es una transcripción viciada, o quizás simplificada, de un concepto mucho más complejo, ya que situar la virtud en el “justo medio” sin tener en cuenta la naturaleza de quien lo vive es justo lo contrario de lo que Aristóteles propone: “esta medida igual está muy distante de ser una ni la misma para todos los hombres”.

Al menos en mi caso, tanto en la escuela como en mi entorno familiar, he crecido escuchando el dicho “En el punto medio está la virtud”, deformación popular del dicho latino. Pero… ¿cuál era ese (dichoso y nunca reconocible) punto medio? Sencillamente el que estaba en la mente del adulto que lo enunciaba, sin tener en cuenta que la mente de un niño no es la de un adulto. Ni siquiera la mente y la concepción de la realidad de una persona es idéntica a la de otra persona por lo que ¿cómo puede ser el ”justo medio” el mismo para todos? Aquí llegamos al quid de la cuestión pues la “justa medida” y “el justo medio”, aunque se parezcan en la forma, no tienen nada que ver, ni en lo lingüístico, ni en lo conceptual ni mucho menos en lo emocional.

En el trabajo sobre la concepción y percepción de la vida, los programas emocionales y mentales no sólo son casi incontables, sino que las combinaciones llegan a ser infinitas. Esto, aunque haya quien no lo crea o no lo vea, dificulta el establecimiento de unos marcos emocionales de referencia fijos que definan qué es lo bueno y qué es lo malo, qué es lo correcto y qué es lo incorrecto. Por eso, en consulta, nunca puedo responder a los pacientes sobre estas cuestiones y me es necesario sustituirlas por los conceptos “sano” e “insano” con relación a la propia persona. De este modo, la “justa medida” sería lo que es sano para la persona y “fuera de justa medida” sería lo insano. ¿Es que algo que es insano para una persona puede ser sano para otra?, ¿es que lo que es correcto puede no ser sano? En el plano emocional indiscutiblemente…sí, y en otros planos…también. Por ejemplo, en una cena familiar en la que a una persona le han colocado al lado de un primo con el que nunca se ha llevado bien, puede que lo correcto sea quedarse en ese sitio y no cambiarse, pero esto puede que provoque un malestar a lo largo de la reunión y que la digestión de esa cena le siente fatal a la persona. ¿Ha hecho lo correcto al no cambiarse de sitio? Sí. ¿Ha tomado una opción sana? No.

En el plano de las emociones y los sentimientos, la justa medida de cada persona puede estar condicionada por múltiples factores cósmicos, espirituales, kármicos, astrológicos, transgeneracionales, transpersonales, del inconsciente colectivo, del inconsciente familiar, del inconsciente personal, educativos, experienciales y vitales. Factores cuya combinación hace imposible que las justas medidas de todas las personas sean la misma. Sin embargo, hay personas que creen que la vida, los razonamientos, las reacciones, las acciones, las emociones han de ser como ellas creen que han de ser, y que “lo justo es que…”, “lo lógico es que…”, ilusiones propias proyectadas sobre el mundo exterior con la esperanza o la expectativa de que el mundo (y las personas) sean como la persona cree que tienen que ser, que es como a ella le conviene. En palabras de Carl Gustav Jung: “Siempre hay gente que cree que lo que ellos juzgan bueno es válido para el mundo entero. Todos éstos son rasgos primitivos, que estamos muy lejos de haber superado.” (Los complejos y el inconsciente). Por ello, cada persona tiene su justa medida en cada uno de los miles de programas emocionales y mentales. Esta justa medida será natural en algunas de las facetas de la persona, pero no lo vivirá en otras, ahí es donde se encuentra una de las vías de evolución del ser exterior hacia el Ser Interior. La evolución depende de no estar en justa medida.

En consulta hay quienes no son conscientes de cuándo un programa emocional está en equilibrio y cuando está en desequilibrio, cuando es un estado sano y cuando es insano. Por ejemplo, hay personas que no creen que alguien pueda vivir sin sentimiento de culpabilidad y preguntan insistiendo: “Pero…un poco de culpa sí que siente todo el mundo ¿no?” Para ellas el estado natural es la presencia del sentimiento de culpabilidad porque llevan veinte, treinta o más años así y se han olvidado de la justa medida en la que la culpabilidad no tiene por qué sentirse. Sin ser conscientes de ello, proyectan esa realidad personal sobre el resto del mundo en la creencia de que los demás han de pensar y sentir lo mismo que ellas.

Según mi experiencia, la justa medida en un programa emocional o mental es aquel patrón vibracional del programa que no causa molestia, malestar o síntoma o sólo ocasional y temporalmente. Si se produce una variación y se pierde la justa medida durante unos minutos, horas o días pero luego puede volver a recuperarse el estado de equilibrio, eso forma parte de lo natural. Pero cuando se sale de ese equilibrio de manera temporal o permanentemente (meses o años), esto indica que hay que realizar un trabajo de toma de consciencia y transformación interior para seguir avanzando en el propio proceso de evolución personal, al menos en ese programa en concreto. Lo complicado para muchas personas es saber qué es lo sano y qué es lo insano, ya que sus referencias interiores, familiares o sociales pueden estar también desequilibradas y ser un ejemplo inadecuado. Para eso está el trabajo interior, el desarrollo de la consciencia y el apoyo de los profesionales. Incluso una amistad o un familiar, sólo por el hecho de mirar desde fuera, puede darle a la persona una mirada más objetiva y sana al tener unos parámetros de comprensión de la realidad diferentes.

Alcanzar esa justa medida en todos los aspectos de la vida, en todos los programas emocionales y mentales, no es posible, no sólo porque siempre hay algo que mejorar o pulir, sino porque las personas, según van evolucionando y ampliando su consciencia, van accediendo a una mirada más amplia y profunda de su realidad y a un grado de sensibilidad mayor ante la vida. Esto les va a empujar a trabajar en mayor profundidad aspectos de su emocionalidad que, en un momento del pasado, estaban equilibrados pero que ahora, en un nuevo grado de consciencia, se vuelve a hacer necesario trabajar para mantener en un equilibrio más fino, sutil, amplio y profundo. Por ello el trabajo personal, a partir de cierto grado de consciencia, ha de ser una actitud constante e integrada en el devenir cotidiano. El hecho de ir encontrando las justas medidas a lo largo de la vida favorece el desarrollo de la consciencia, la maduración, la serenidad y la sabiduría en las diferentes etapas de la existencia. Y esto, a su vez, favorece una vida más sana, consciente, enriquecedora y plena. Probablemente todos esos beneficios merezcan el esfuerzo de ir encontrando las justas medidas.

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