Estos días, en algunos de mis cursos, hemos estado analizando el ejercicio de poder a través del visionado de dos películas protagonizadas por una gran dama del cine: Meryl Streep. Las dos películas son El diablo viste de Prada y Agosto. En ambas, la protagonista es una persona que ejerce poder sobre los sistemas que le rodean de una manera desmedida, prepotente, chantajista y despótica. Esta situación no sólo ocurre en las películas, sino que también se suele dar en la “vida real” y en diferentes ámbitos: laboral, social, familiar, de amistad, etc., lo que lleva a sufrimientos, sometimientos y conflictos que no siempre se sabe cómo abordar.

En el esquema que acompaña al artículo se ofrece una mirada organizada y ordenada de algunas posibilidades de acción ante una situación de ejercicio insano o desmedido de poder.

En un sistema de relaciones, sea familiar, laboral, social, etc., las personas tienden a asumir roles según sus tipos de personalidad, energía, programaciones emocionales y mentales, nivel de consciencia, etc. La mayoría de las veces estas tendencias son inconscientes, lo que no implica que no sean reales e, incluso, que no puedan ser contempladas desde fuera o por algunos componentes del grupo. Sin embargo, no todas las personas son conscientes o pueden entender este tipo de dinámicas e interacciones inconscientes, lo que puede hacerlas más vulnerables a unas y más ejercedoras de poder a otras. (Me tomo la licencia de utilizar la palabra “ejercedor/a” para referirme al que ejerce poder, no he podido confirmar que dicha palabra exista).

Cuando en un sistema alguien ejerce el poder de manera excesiva, desequilibrada o insana, provoca en el grupo una serie de reacciones como las que se pueden ver en el cuadro. La reacción de cada persona ante este elemento dominante dependerá de su naturaleza interna, personalidad, tipología, energía y otros factores. No todos los miembros de un grupo responden igual ante una situación de ejercicio de poder. Hay quien opta por someterse, quien reacciona enfrentándose, quien es capaz de adaptarse…, son muchas las maneras de afrontar esta situación.

Cuando alguien se convierte en dominante y ejerce un poder despótico, agresivo, desmedido, chantajista o, simplemente, insano, algunos miembros del sistema, los más débiles, tienden a someterse. Hay muchos motivos por los que se puede producir esta elección. Por ejemplo, hay personas que buscan la aceptación o la protección del más fuerte, otras son manipulables, otras se someten por miedo, hay quien es vulnerable al chantaje emocional y quien “por no discutir” es capaz de tragar “carros y carretas”. Ello lleva a una especie de resignación, un callar y tragar, bajar la cabeza y acatar lo que la figura ejercedora de poder impone. También hay quien decide escapar de la situación, lo que, en realidad, no les va solucionar el problema. En otros sistemas en los que quieran o necesiten integrarse sucederá lo mismo e irán de grupo en grupo sin comprender que si se puede ejercer poder sobre ellos es porque carecen de los recursos, la energía o la disposición para evitar que eso les pueda suceder (véase el artículo De llaves y cerraduras).

Hay otras personas que, ante el ejercicio de poder, optan por enfrentarse, cada una con los medios que sea capaz de poner en marcha. Recursos hay muchos, unos más agresivos y otros más diplomáticos, pero hay que tener en cuenta que quien ejerce poder también dispone de estrategias para defenderse y aumentar la presión a la que somete al sistema. Los medios para poner límite al ejercicio de poder son variados. Entre el intento de diálogo y el contraataque frontal hay toda una gama de acciones: negociación, posicionamiento, reflexión lógica, planteamientos morales y éticos, actitud solidaria, petición de comprensión y compasión… Sin embargo, la persona que ejerce poder de manera insana no siempre puede abrir su mente (y su corazón) a un cambio de posición, pues su premisa consciente o inconsciente es que ella está envestida de un poder que los demás no tienen ni pueden ejercer. Un ejemplo extremo pero claro lo dan los dictadores que, en su plenitud omnipotenciaria se consideran “caudillo por la gracia de Dios” o “la Providencia me ha colocado en esta posición”. Esta misma actitud, llevada a sistemas familiares, de amistades, laborales y sociales, hace que este tipo de personas se crean y se sientan en el “derecho divino” de ejercer poder y que las demás personas tengan la obligación de obedecer y someterse “porque así está dispuesto”.

Realmente, quien ejerce poder a estos niveles ni siquiera es consciente de estas cuestiones o no tiene por qué serlo, simplemente “yo tengo razón y ellos no”, “yo ordeno y los demás obedecen porque yo lo digo” o “porque así es el orden natural de las cosas”. El planteamiento mental de que pudieran no tener razón no tiene cabida y, en el caso en que hubiese una equivocación, la culpa o la responsabilidad es de los demás. Quizás, en un ejercicio de “humildad”, pueden llegar a reconocer que se han equivocado, lo que es justificable hacia ellos, pero no cuando les ocurre a los demás.

La forma de enfrentarse a este tipo de situaciones es compleja. A menudo se trata de personas con niveles de consciencia egóicos (niveles prepersonales o bajos), donde el ejercicio de poder es una cuestión de supervivencia del ego, aunque lo escondan tras la máscara de “lo mejor para la familia”, “lo que le conviene a todo el mundo”, etc. El nivel de consciencia bajo y la ignorancia, unidos al ego y el poder, dan como resultado una personalidad “mandona” que, ante un posicionamiento de no sometimiento, la percepción es de provocación, de agresión o de desafío a su “autoridad innata” y a todo lo que ello representa. Obviamente, esto no puede ser permitido y se inician acciones legítimas de contraataque. Las respuestas pueden ser muchas: trato agresivo, contundencia excesiva, acoso personal, vertido de rumores, mentiras o información dañina en el sistema, chantajes materiales, económicos o emocionales varios, insultos y agresiones, poner a otros miembros del sistema en contra, manipulación del entorno…, cualquier cosa para amilanar o destruir a la persona que osa no someterse. ¿Cómo puede reaccionarse ante tal despliegue de medios? La respuesta es difícil. Hay que tener en cuenta que quien se posiciona frente al ejercicio de poder insano suele ser una persona con un nivel de consciencia más elevado que el del propio sistema y, por supuesto, que el de la persona ejercedora de poder, por ello no suele recurrir a argucias fuera de ética, ya que para ella mentir, insultar, extender rumores infundados, hacer chantajes o agredir no suele ser una opción que inicialmente se plantee. De este modo el enfrentamiento está en desequilibrio, pues de un lado no hay ética alguna que impida el uso de “malas artes”, mientras que del otro la ética y la verdad impiden una defensa marrullera y deshonesta. En estos casos ganar la batalla es muy complicado. Los tentáculos del poder insano son muchos, largos y diabólicamente convincentes. A veces me pregunto cómo es posible que haya tantas personas que se dejen engañar por la maldad y tan pocas capaces de ver y defender el bien. Mi respuesta, como tantas veces, “niveles de consciencia y almas en proceso”.

A menudo, las opciones sólo son ganar o perder. Ganar resulta muy complicado por lo comentado en el párrafo anterior: el poder desmedido no se autoimpone límites, y perder no es una opción, ya que el propio nivel de consciencia de la persona le impide someterse sin sufrir daño moral, emocional y/o espiritual. Pasamos entonces a la siguiente posibilidad: aceptar ese ejercicio de poder y, a partir de aquí, pasar a otro tipo de acciones.
Una vez aceptada la realidad de la situación, es decir, que hay una persona que ejerce o trata de ejercer su voluntad sobre el resto del sistema, se puede recurrir a la negociación, entendida ésta como la posibilidad de que la persona ejerza poder, pero que lo haga de manera razonable y sana, que reparta la cuota de poder entre otros miembros del grupo, que se atenga al consenso con la mayoría u otras estrategias que impidan que la persona pueda imponer su voluntad sin ningún tipo de límites. En este caso la persona “poderosa” puede atenerse a algunas condiciones, pero ello suele implicar un esfuerzo de contención por su parte, ya que no hay un cambio real de consciencia sino una valoración interesada de la situación y un posicionamiento moderado forzado. Este pacto durará mientras sea de interés para la persona, en el momento en que no lo sea se saltará las reglas pactadas, incluso las que ella misma haya propuesto y obligado a cumplir a los demás, ya que esas reglas, en realidad, “sólo son para los demás”. Esta posición no suele durar demasiado tiempo en un punto armonioso ya que la persona, en su fuero interno, no acepta que tenga que negociar, ceder o pactar con otros elementos del sistema. La que tiene el poder, lleva la razón y ejerce su voluntad de manera libre es ella, los demás están ahí para obedecer porque ese es el destino que les ha tocado.

De una manera u otra, en un corto, medio o largo plazo, la persona “poderosa” romperá el pacto a su voluntad y conveniencia, por lo que se pasa al siguiente punto, ya comentado anteriormente: huida o lucha. Y se empieza de nuevo con la situación en una especie de círculo vicioso o bucle que se repite a lo largo del tiempo si nadie hace nada para remediarlo.

La otra opción es la de sacar del sistema al elemento discordante, bien sea el elemento vulnerable bien el poderoso. Sacar del sistema al poderoso implica, de nuevo, enfrentarse a él. Se vuelve entonces al mecanismo de lucha y a la opción de ganar o perder. A este tipo de personas, para vencerlas a través de la lucha, es necesario destruirlas, ya que mientras les quede aliento para ello, se revolverán haciendo uso de todos sus recursos. En su mundo y en su nivel de consciencia, “quien no está conmigo está contra mí”, y es necesaria su aniquilación porque es “o él o yo”. La mayoría de las personas en un nivel de consciencia medio, éticamente, no pueden optar por aniquilar a la otra persona, pero esto es una trampa, porque quien es ejercedor insano de poder prefiere morir matando que perder el poder. Puede parecer que en un momento dado se retira o se vuelve buena persona, pero la mayoría de las veces es una artimaña para ganar tiempo, recuperarse y, llegado el momento, tomarse la revancha y vengarse.

La siguiente opción, la última del esquema, es la realmente efectiva tanto para salvaguardar al sistema como para quitarle el poder a la persona que lo sustenta: que todos los elementos vulnerables y vulnerados del sistema abandonen la relación con la persona, dejándola sola, sin nadie sobre quien ejercer su poder. Si todo el sistema se pone de acuerdo y todos son capaces de cortar los vínculos con la persona, ésta se quedará sin nadie sobre quien proyectarse, de modo que no habrá posibilidad de ejercer poder, dominar, chantajear, maltratar o cualquier otra acción. El problema es que siempre hay quien se queda enganchado a este tipo de personas, sea por compasión, culpabilidad, dependencia, miedo, lealtad, interés u otros factores. Además, estas personas, las poderosas insanas, son sumamente inteligentes, manipuladoras y ladinas, por lo que pueden hacerse con nuevos elementos sobre los que ejercer poder. Esto ya no debería ser un problema para los que han conseguido librarse de la situación, pues han de dejar atrás todo contacto con dichas personas y seguir su camino habiendo aprendido la lección que la situación vivida ha mostrado: si alguien ejerce poder de manera inadecuada o insana es porque los demás se lo permiten.

No hay que esperar a que la otra persona cambie, cada uno puede y debe posicionarse en su lugar y desde ahí actuar en coherencia con su Ser Interior, más allá de ello ya no está en manos de uno que el otro cambie.

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