Cada persona vive su vida a través de un conjunto de acciones y reacciones basadas en programaciones emocionales, mentales e instintivas conscientes e inconscientes, a lo que habría que añadir las diferencias favorecidas por vivir en los distintos niveles de consciencia: ego, consciencia + ego, consciencia y Espíritu. En cada uno de estos niveles la programación es particular, las reacciones y las acciones tienen desde dóndes en parte distintos y las conductas en relación con el yo, los otros y lo otro también presentan diferencias significativas. ¿Cómo se configuran esos programas emocionales, mentales e instintivos?, ¿son únicos para cada persona?, ¿se repiten en todo el mundo?, ¿cómo se instalan en el inconsciente colectivo?

Cada inicio de curso le digo a mi nuevo alumnado (y al antiguo): “Tenéis que llegar a comprender y aceptar que cada persona es un mundo en sí misma y que cada una tiene un mundo interior diferente de las demás”. Y considero esto totalmente cierto, lo que no es incompatible con que, si se observa durante el suficiente tiempo, se llegan a captar patrones emocionales y mentales que se repiten en muchas personas y, por tanto, en sus mundos. Y es que al fin y al cabo, todos bebemos de la misma fuente primigenia: la Vida (y más allá de ella de la Consciencia Cósmica). Es cierto que el ser humano dispone de miles, incluso de cientos de miles de programas emocionales y mentales, pero también lo es que muchos de ellos son más habituales en sistemas cerrados como puede ser una familia, una clase social, un grupo cultural o étnico, una sociedad o una civilización. Años de estudio, observación, investigación y trabajo con la emocionalidad de las/los pacientes y alumnado infantil y adulto me han llevado a la siguiente conclusión: el predominio de ciertos programas o patrones, tanto en el consciente como en el inconsciente personal, familiar, colectivo o transpersonal depende, en gran medida, de tres aspectos: intensidad, frecuencia y duración.

La intensidad se puede entender como la fuerza con que un fenómeno se produce; la frecuencia es el número de veces que algo sucede en un intervalo de tiempo; la duración es el tiempo durante el que algo se expresa o existe. Estos tres aspectos, el tiempo que algo dura, la fuerza que tiene con que se siente y las veces que se repite crean el campo de información con el que un programa emocional y mental se graba en el cerebro (en forma de engramas) y en la existencia de la persona o el grupo. Traducido a lenguaje sencillo, cuanto más tiempo dura una conducta (hábito, creencia, emoción, reacción…), más veces se repite y/o más intensa es, más posibilidades tiene de crear un campo o hábito suficientemente fuerte como para convertirse en una impronta en el inconsciente. Esto se traslada al exterior en maneras de comportarse, en conductas, acciones, reacciones y formas de ser de las personas, que llegan a integrarse en el tan repetido y erróneo “yo soy así”. Y digo erróneo porque ni la persona es ese “yo”, ni “es” lo que cree que es, ni existe ese “así”, ya que en realidad son programas nacidos de otros preexistentes inherentes a la naturaleza humana y presentes en la Totalidad. Como decían los romanos: Nihil nobum sub sole, “No hay nada nuevo bajo el sol”.

Cualquier conducta llevada a cabo por el ser humano forma parte de la naturaleza humana o del planeta. Por muy inmoral, reprobable o inaceptable que pueda ser, no es ajena a la Totalidad sino que nace en ella, se desarrolla en ella y permanece en ella. Sin embargo, es la intensidad, la frecuencia y la duración la que crea el campo de información para que permanezca o se diluya, para que establezca una impronta en el inconsciente (personal, familiar…) o para que pierda presencia y se desaparezca. Aquí es donde, a pequeña escala, al nivel de cada persona, se crean y establecen los programas emocionales y mentales que tendrán su manifestación en los hábitos (sanos o insanos) con que las personas viven en cualquiera de sus dimensiones: física, energética, emocional, mental y trascendente.

A nivel grupal y de sistemas, la intensidad, frecuencia y duración de un hábito, idea, conducta, etc., crea improntas de información en el inconsciente familiar y colectivo, por lo que un individuo perteneciente a ese sistema no puede elegir nacer o no con dicha información, pero en el plano individual, cada uno en su mundo, sí puede elegir los programas emocionales y mentales con los que quiere vivir. No digo que sea fácil, digo que en muchos casos se puede, aunque también es cierto que no siempre se sabe. ¿Cómo resolver esta situación?

Partiendo de la premisa anterior de que un hábito, conducta, creencia, etc., se establece a través de la intensidad, la frecuencia y la duración con que la misma se vive, estas mismas condiciones son necesarias para crear nuevas conductas o hábitos. No se trata de luchar contra los programas emocionales o mentales establecidos, sino de tomar conciencia de lo insanos que son y de crear unos alternativos y sanos. Estos nuevos programas, a base de darles intensidad (emocional y mental), de repetirlos y de hacerlos durar en el tiempo, llegan a configurar su propio campo de información y, probablemente, a conectar con campos de información previos presentes en la Totalidad pero que, por no ser vividos con suficiente intensidad, frecuencia y duración, permanecen en un estado menos presente y más latente.

Parte de la programación emocional y mental se nace con ella, otra parte se adquiere en la época de la crianza y otra a lo largo de la vida. La parte insana de esa programación puede ser transformada en sana a través de la toma de conciencia, pero lo que antes se adquirió de manera impensada y/o mecánica, ahora hay que hacerlo a través de la atención y los actos de voluntad consciente, dotando a esta acción de la intensidad, la frecuencia y la duración suficientes como para que el campo de información cree la impronta necesaria. Esto implica poner atención, darse cuenta, hacerse consciente y evolucionar.

Tanto en lo individual como en lo colectivo los cambios dependen, en gran medida, de la suma de individuos que hagan su transformación interior. Si se quiere, se sabe y se puede… se debe.

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