Según aparece en el diccionario de uso del español María Moliner, proteger es “estar cubriendo una cosa, delante de ella o de manera tal que se evita que esa cosa sufra daño.” También significa “emplear alguien su fuerza, autoridad, influencia, etc., para defender o ayudar a otro”.

El prefijo sobre procede del latín super, y expresa aumento o refuerzo. (Diccionario de uso del español María Moliner)

Sobreproteger es entonces significa entonces “aumento de la protección”.

La protección es beneficiosa, pero más de lo mismo no siempre implica un beneficio.

Como ya se ha visto en las definiciones, la “sobreprotección” es la “protección” llevada más allá de lo que resulta equilibrado para el niño. Ahora bien, ¿quién decide dónde está el punto de equilibrio?, habitualmente los padres o, más bien, la persona que se ocupa de cuidar al niño, sea la madre, el padre u otros familiares.

Así que, ese punto de equilibrio lo marcan personas ajenas al propio niño que, en realidad, no sería capaz de protegerse a sí mismo. Los parámetros de protección quedan en manos de alguien que tiene una percepción “absolutamente personal” de lo que es peligroso o dañino y lo que no, en base a sus propios miedos y programas emocionales.

La sobreprotección, a menudo, es la proyección de los propios miedos del adulto, de modo que no es capaz de soportar que, el niño, pueda ser afectado por un daño, sea físico, emocional o mental. El concepto de que “se ha de sufrir por los hijos” es una idea antigua, vinculada al hecho de que las mujeres eran mejores madres o esposas si sufrían por los suyos. ¡Cuanto más sufrían mejor consideradas estaban! Una manera de sufrir por los hijos es mantenerse en el miedo constante por ellos.

La intención de la sobreprotección tiene más que ver con la necesidad del adulto de no pasarlo mal (sufrir), que con la necesidad del niño de no vivir la experiencia del daño o el dolor. Para el proceso evolutivo y el desarrollo de la personalidad infantil, lo natural es pasar por todas las experiencias vitales, sean estas dolorosas o placenteras, de manera que, en su plano emocional y mental, vaya creando estrategias y programas que le permitan afrontar la vida con cierto grado de seguridad. Impedir que el niño desarrolle defensas físicas, emocionales o mentales, porque se le quiere sobreproteger, es condenarle a un futuro de dependencia de las personas (padres, parejas, amigos…) que puedan cumplir esa función. Se convierte así en un niño sin herramientas para desenvolverse en los juegos, en las relaciones personales, en las enfermedades o en las experiencias propias de una vida normal.

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