Amor, miedo, alegría, tristeza, odio, ira, vergüenza…emociones primarias, o emociones secundarias, emociones poderosas, emociones mágicas, dolorosas y en ocasiones, desgarradoras,  impulsos  dotados de sentimiento, o influidos por la razón, que desnudan el alma, nos envuelven, nos atrapan, nos dominan, bajo su influjo podemos enloquecer, saborear el placer o despojarnos del regalo de la vida. Increíbles experiencias que definen nuestra conducta, ellas, las emociones, tienen un sustrato neurobiológico, cuya alteración hoy se sabe, es clave de muchas de los desórdenes psiquiátricos conocidos.

El mundo de las emociones ha sido dejado de lado a lo largo de la Historia por diversas razones sociales, religiosas y científicas. Probablemente debido a su naturaleza etérea, tabú, irracional, pecaminosa (para algunos) y poco controlable. Pero desde hace unas décadas esto está cambiando. Ahora hombres y mujeres pueden y se atreven a mirar a ese vasto mundo interior, consciente, pero sobre todo inconsciente, que alberga las emociones; la evidencia científica concluye que las emociones afectan a nuestra salud y los avances científicos del cerebro en desarrollo, se detienen y mucho, en el plano emocional. ¡Hablemos de ello!

La Ciencia contempla las emociones como experiencias del ser humano capaces de ser analizadas, cuestionadas, pero sobre todo, comprendidas. Hoy se conoce que cada nuevo pensamiento es generado por una reacción química que la precede, creando nuevas conexiones neuronales, que a su vez activan sistemas neuroquímicos, nerviosos, y glandulares. De esta forma nuestros recuerdos emocionales son vividos, sentidos y registrados en nuestra memoria. Podría incluso parecer magia, pero detrás cada emoción se despliega un enorme carrusel de realidad, anatómicamente dibujada, con ingente maestría.

Aunque desde el punto de vista filosófico y espiritual, el análisis de las emociones lleva haciéndose desde la Antigüedad, su aspecto psicobiológico no se ha desarrollado hasta el siglo XX, cuando se comenzó a considerar que las emociones y la cognición humana tenían su origen en áreas determinadas de nuestra arquitectura cerebral. En los últimos años disciplinas como la Neuropsicología o la Psiconeuroinmunología están consiguiendo profundizar en los secretos emocionales del cerebro.

En los inicios del siglo XXI numerosas investigaciones ya sostienen la implicación del sistema límbico, la amígdala, el hipocampo o el área prefrontal en la “fabricación” de las emociones a partir de estímulos instintivos o adquiridos. La intervención del Neocórtex confiere sentimiento, pensamiento y memoria a nuestras experiencias emocionales más complejas, de ahí surge la explicación más real, y fascinante, de la consciencia humana.

Una comprensión interesante es que las emociones y las estructuras cerebrales que las rigen parecen ser anteriores, en el proceso evolutivo del ser humano, al pensamiento racional. De hecho, hay animales que experimentan emociones durante las experiencias de miedo, la búsqueda de alimento o cuando se impone su instinto reproductivo, emociones que podríamos catalogar de instintivas y reflejas, que permiten una reacción automatizada que no pierde tiempo en ser procesada de manera racional, ya que ésta podía ser la diferencia entre llegar vivo al final del día o no en tiempos primitivos. Se trata pues, de experiencias emocionales inconscientes. Este cerebro primitivo estaría compuesto por el tronco encéfalo y el centro olfatorio; con la aparición de los primeros mamíferos, nuevos estratos cerebrales se desarrollaron para conformar el sistema límbico cuya evolución dio sentido a las emociones tal como las conocemos.

Y llegamos al neocórtex, área neocortical filogenéticamente más reciente en la evolución del hombre. Numerosos estudios confluyen en el descubrimiento de conexiones reciprocas entre la corteza prefrontal, la amígdala y el hipocampo; de esta interacción nace la racionalización del pensamiento consciente, el componente consciente de la emoción o sentimiento y en general, la regulación de nuestras experiencias emocionales más complejas.

¿Y para qué nos sirve toda esta nueva información y manera de comprender el cerebro? Para crear una realidad diferente, para replantear nuestra vida, para entrenar a nuestra mente. Después de la escucha y observación de nuestro complejo mundo interior podremos enfocar y a dirigir nuestras emociones, nuestro cuerpo, y finalmente, nuestra experiencia. Es posible modificar y moldear nuestra estructura cerebral según los aprendido, aplicando fuerza de voluntad, siendo plenamente conscientes.

La mayoría de las personas viven su emocionalidad sin saber que se puede observar, gestionar, dirigir y algo muy importante, aprender de ella. Esa falta de conocimiento es el resultado de años de oscurantismo en torno a las emociones, y parece increíble que aún hoy en día, ya en el siglo XXI y después de aproximadamente 300.000 años viviendo como especie humana, haya personas que sigan pensando que las emociones hay que reprimirlas, sufrirlas, ocultarlas o ignorarlas. Las emociones hay que vivirlas, experimentarlas, sentirlas, mirarlas de frente para aprender de ellas, pues son reflejo y  lenguaje del Ser Interior. Si no se atiende no habrá autoconocimiento y la evolución personal será más lenta y penosa.

Pero… ¿cómo se aprende esto de mirar las emociones? Hoy en día hay mucha información sobre el mundo emocional, al igual que centros dedicados al desarrollo interior y de la consciencia, no obstante no puedo dejar de advertir que, como en toda profesión, hay quienes lo hacen con más honestidad y sabiduría y quienes lo hacen con menos.

Permitidme un breve apunte de cómo y para qué se debe trabajar el mundo de las emociones.

Las emociones son el espejo de nuestro ser interior, reflejo de nuestras vivencias y nuestro sentir, pero también de nuestros desequilibrios. Para poder comprender el lenguaje de las emociones, al igual que para aprender una nueva lengua, hay que formarse, pues no es tarea sencilla manejarlo con soltura. En el momento en que nos detenemos para contemplarnos a nosotros mismos, se adquiere el hábito de la metaposición, somos observadores externos de nuestro ser, podemos conversar con nuestra alma. De este modo se establece una estructura interna diferente al yo habitual y se inicia un proceso en el que surgen el ego y la consciencia. Aquí empieza una segunda etapa del trabajo, un viaje sin retorno hacia la libertad y hacia nuestra verdadera esencia, el Amor.

Cuando el ego y la consciencia están presentes y se adquiere el hábito de la metaposición, se puede iniciar un fascinante trabajo que nos permita identificar y trabajar sobre nuestros defectos para convertirlos en virtudes (o sus excesos y carencias en justas medidas), todo ello a través de la observación no implicada de nuestra emocionalidad, desde un punto de vista racional y emocional. Al mismo tiempo no hay que olvidar que los pensamientos, las creencias y las ideas son activadoras de la emocionalidad tanto consciente como inconscientemente. Ahora ya sabemos que la razón (los pensamientos) puede influir sobre la emoción y el cuerpo y que la emoción también lo puede hacer sobre la razón y el cuerpo. Complejos circuitos neuronales subyacen a ello, permitiendo que las estructuras cerebrales responsables orquesten y dirijan una activación en cadena. De esta manera tenemos un triángulo de interacción emocionalidad-racionalidad-corporalidad, que nos da la oportunidad de trabajar interiormente para mejorar en la relación con el yo, con los otros y con la vida y esto es al fin y al cabo, el desarrollo de la consciencia.

Para lograrlo sólo se necesita saber que es real, la ciencia nos abre el camino, se puede hacer, pero es necesario un cambio de actitud: aprender y desarrollar una manera diferente a la habitual de enfocar la vida. Muchas personas viven en modo automático y sin saberlo, tensas, estresadas, con prisas, aceleradas, con ambiciones, adicciones, obsesiones, compulsiones y muchos otros problemas que la sociedad ha llegado a normalizar y cronificar, creando un entorno laboral, familiar y/o social plagado de hábitos físicos, emocionales y mentales insanos. Estos “malos hábitos” son tan comunes que cuando alguien vive en serenidad es considerado raro, extravagante o, incluso, un loco o loca. ¿Por qué no cambiar esos hábitos reconocidamente insanos? Para muchos es más fácil seguir en la zona de confort y no afrontar aquello que hace perder tiempo, energía y serenidad, aunque el plano emocional advierta de que algo no funciona como debería. La observación de nuestro mundo interior puede transformarnos, este es el mejor de los aprendizajes, y el más difícil de nuestra vida, la buena noticia es que todo lo que creemos que necesitamos, lo tenemos. Al final de este camino, se encuentra el amor y la paz interior. Depende de cada persona, a título individual, tomar la decisión interior, consciente y coherente de aprender a gestionar y transformar su mundo emocional.

Para profundizar en el trabajo interior a través de las emociones recomiendo la lectura de los siguientes artículos:

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